Esta maravillosa ciudad, situada en la provincia de Buenos Aires, es uno de los destinos
preferidos de quienes quieren disfrutar al aire libre a escasos kilómetros de la ciudad.
Además, en Semana Santa, con su ya clásico Vía Crucis, se convierte en una de las localidades
más visitadas por aquellos que quieren empaparse del espíritu religioso.
Según cuenta la leyenda, Tandil debe su nombre a un cacique indígena que habitaba en la zona.
Pero también hay quienes sostienen que en realidad, la ciudad le debe su nombre a un
río que pasaba por el lugar o al vocablo mapuche Tandil, que significa "piedra que late".
Más allá de estas explicaciones, lo que nadie puede negar es que esta localidad tiene su
magia, y que vale la pena descubrirla.
En el sector sudeste, se encuentran las sierras más antiguas, compuestas mayormente por
formaciones rocosas como la del cerro Centinela. Pero para aquel que desee visitar el mayor
ícono del lugar, debe ir al Cerro de la Piedra movediza, situado a 294 metros sobre el nivel
del mar y a 116 de la ciudad, donde se encuentra ubicada la piedra que le da el nombre.
La Piedra Movediza pesaba alrededor de 300 toneladas, alcanzando en su vértice más pronunciado
casi 7 m. con un diámetro basal de 13 m. en su máxima extensión, constituyó un i nteresante
fenómeno de la naturaleza, se hallaba sobre el lomo de una sierra del sistema del
Tandil, en la provincia de Buenos Aires, uno de los dos que integran la orografía bonaerense.
Constituía, con su eterno vaivén, ya que oscilaba levemente, el atractivo más grande
para los turistas, que hasta el 29 de febrero de 1912 llegaban hasta las afueras de la ciudad
de Tandil. En efecto, y sin que hasta la fecha exista una explicación satisfactoria,
ese día, a las 17:00 horas aproximadamente, la piedra que hacía milagros de equilibrio se
derrumbó con estrépito, y como un coloso herido de muerte cayó al vacío, quebrándose en 3
partes que aún permanecen al pie del cerro. Algunos dicen que sucedió como consecuencia de
las explosiones que el hombre provocó en las canteras de la zona.
Otra creencia, nunca confirmada, era la que daba cuenta de la supuesta intención de Juan
Manuel de Rosas de derribar la piedra utilizando bueyes o caballos. La referencia figura en
el libro Handbook of the River Plate (sexta edición) de M.G. y E.T. Mulhall, impreso en
Buenos Aires en el año 1882. Textualmente en la página 88 dice: "...when Rosas yoked 1.000
horses to displace it he was unable to do so" es decir "...cuando Rosas juntó 1.000 caballos
para desplazarla le resultó imposible". La misma afirmación figura en la geografía del
Dr. Francisco Latzina manifestando que Rosas ordenó el hecho "sin que el estúpido experimento
diera resultado". No se recuerda en Tandil ningún testimonio de vecinos que hubiesen
presenciado tales supuestas pruebas.
Leyendas: La imaginación nativa encontró a través de las siguientes leyendas la explicación
al fenómeno de la naturaleza que dio origen de la Piedra Movediza.
- La leyenda de Mini
Cuenta la antigua tradición que el Cacique Tandil al quebrantar una ley religiosa de la
tribu, provocó una sublevación en la que intervino la que era su esposa, una bella india
llamada Mini.
Vencidos los sublevados, el cacique ordenó que todos ellos fueran atados a una gran piedra
en la cumbre de un cerro y lacerados hasta la muerte. La inmolación de Mini fue cuando la
luna se alzaba y en aquel mismo instante se oyó un trueno que fue rodando sobre las sierras
como una amenaza sombría. Tandil, despavorido, vió que la piedra donde había sido atada Mini
cobraba un leve balanceo mientras la india clamaba: "Ay Tandil... mi muerte conmoverá a
la montaña y tus ojos verán mi corazón latiendo en este peñasco...!!
- La leyenda del puma, el Sol y la Luna
Era el principio de los tiempos. El Sol y la Luna eran marido y mujer: dos dioses gigantes,
tan buenos y generosos como enormes eran. El Sol era el dueño de todo el calor y la fuerza
del mundo; tanto era su poder que de sólo extender los brazos la tierra se inundaba de luz
y de sus dedos prodigiosos brotaba el calor a raudales. Era el dueño absoluto de la vida y
de la muerte. Ella, la Luna, era blanca y hermosa. Dueña de la sabiduría y el silencio; de
la paz y la dulzura. Ante su presencia todo se aquietaba. Andando por la tierra crearon la
llanura: una inmensa extensión que cubrieron de pastos y de flores para hacerla más bella.
Y la llanura era una lisa alfombra verde por donde los dioses paseaban con blandos pasos.
Luego crearon las lagunas donde el Sol y la Luna se bañaban después de sus largos paseos.
Pero los dioses se cansaron de estar solos: y poblaron de peces las aguas y de otros animales
la tierra.¡Qué felices se sentían de verlos saltar y correr por sus dominios! Satisfechos
de su obra decidieron regresar al cielo. Entonces fue cuando pensaron que alguien debía
cuidar esos preciosos campos: y crearon a sus hijos, los hombres. Ahora ya podían regresar.
Muy tristes se pusieron los hombres cuando supieron que sus amados padres los dejarían.
Entonces el Sol les dijo:
-Nada debéis temer; ésta es vuestra tierra. Yo enviaré mi luz hasta vosotros, todos los
días. Y también mi calor para que la vida no acabe.
Y dijo la Luna:
-Nada debéis temer; yo iluminaré levemente las sombras de la noche y velaré vuestro descanso.
Así pasó el tiempo. Los días y las noches. Era el tiempo feliz. Los indios se sentían protegidos
por sus dioses y les bastaba mirar al cielo para saber que ellos estaban siempre
allí enviándoles sus maravillosos dones. Adoraban al Sol y la Luna y les ofrecían sus cantos
y sus danzas.
Un día vieron que el Sol empezaba a palidecer, cada vez más y más y más... ¿qué pasaba?,
¿qué cosa tan extraña hacía que su sonriente rostro dejara de reír? Algo terrible, pero que
no podían explicarse, estaba sucediendo. Pronto se dieron cuenta que un gigantesco puma alado
acosaba por la inmensidad de los cielos al bondadoso Sol. Y el Dios se debatía entre
los zarpazos del terrible animal que quería destruirlo. Los indios no lo pensaron más y se
prepararon para defenderlo. Los más valientes y hábiles guerreros se reunieron y empezaron
a arrojar sus flechas al intruso que se atrevía a molestar al Sol. Una, dos, miles y miles
de flechas fueron arrojadas, pero no lograban destruir al puma, que, por el contrario, cada
vez se ponía más furioso. Por fin uno dio en el blanco y el animal cayó atravesado por la
flecha que entraba por el vientre y salía por el lomo. Sí, cayó, pero no muerto. Y allí estaba,
extendido y rugiendo; estremeciendo la tierra con sus rugidos. Tan enorme era que nadie se
atrevía a acercarse y lo miraban, asustados, desde lejos. En tanto el Sol se fue
ocultando poco a poco; había recobrado su aspecto risueño. Los indios le miraban complacidos
y él les acariciaba los rostros con la punta de sus tibios dedos. El cielo se tiñó de
rojo... se fue poniendo violeta.., violeta... y poco a poco llegaron las sombras. Entonces
salió la Luna. Vió al puma allá abajo, tendido y rugiendo. Compadecida quiso acabar con su
agonía. Y empezó a arrojarle piedras para ultimarlo. Tantas y tan enormes que se fueron
amontonando sobre el cuerpo hasta cubrirlo totalmente. Tantas y tan enormes que formaron
sobre la llanura una sierra: la Sierra de Tandil. La última piedra que arrojó cayó sobre la
punta de la flecha que todavía asomaba y allí se quedó clavada. Allí quedó enterrado, también,
para siempre, el espíritu del mal, que según los indios no podía salir. Pero cuando
el Sol paseaba por los cielos, se estremecía de rabia siempre con el deseo de atacarlo otra
vez. Y al moverse hacía oscilar la piedra suspendida en la punta de la sierra.