El Bestiario se abre con un introductorio "Canon animal y cultura humana: identidades y
contrastes", en que se resalta la estrecha relación de "imitación" que siempre ha habido
entre el ser humano y los animales, dado que los humanos siempre han querido imitar las
cualidades animales, y, al mismo tiempo, imprimir en éstos – mediante la domesticación y la
asimilación en su imaginario – cualidades al servicio o imitadas de las personas. Desde
Homero o Virgilio hasta poetas rabiosamente actuales, pasando por Erasmo, Orwell, Balzac,
Cervantes, Borges y muchos más, Pedrosa logra atestiguar e ilustrar, a través de varias
docenas de preciosos textos, las relaciones de atracción y de miedo, de amor y de odio, que
desde muy antiguo hasta hoy han mantenido y conformado a seres humanos y a bestias.
- Historia y conclusiones
(*) Los orígenes del simbolismo animal se relacionan estrechamente con el totemismo y con
la zoolatría. La posición del animal en el espacio, o en el campo simbólico, la situación y
actitud en que aparece son esenciales para la discriminación de los matices simbólicos. Así
por ejemplo, el "animal domado" es muy característico y su significación puede corresponder
a la inversión de la que tendría apareciendo en estado salvaje. En la lucha, tema frecuentísimo
del simbolismo universal, entre caballero y animal salvaje o fabuloso, la victoria
del primero puede terminar con la muerte o la domesticación y sumisión del animal. En la
novela El caballero del león, del autor medieval Chrétien de Troyes, el protagonista es
ayudado por un león. En la leyenda de san Jorge, el dragón vencido sirve a su dominador.
En Occidente, el simbolismo animalístico arranca de Aristóteles y de Plinio, pero más
concretamente del libro Kysiologus, compuesto en Alejandría en el siglo II D.d.C..la
Otra aportación importante fue la de Horus Apollo, una o dos centurias más tarde con sus
dos libros de Hyerogliphica, aplicación del simbolismo egipcio. De todo ello nace la corriente
medieval que florece en los Bestiarios de Filipo de Thaun (1121), Pedro de Picardía,
Guillermo de Normandía (siglo XIII); en De animalibus, atribuido a Alberto Magno; el
Libre de les Bésties, de Ramon Llull; y el Bestiaire d'Amour, de Fournival (siglo XIV).
Todas estas obras coinciden con el punto de vista de los primitivos sobre los animales, expuesto
por Schneider; mientras el hombre es un ser equívoco (enmascarado), el animal es
unívoco, posee cualidades positivas o negativas constantes, que permiten adjudicarlo a un
modo esencial de manifestación cósmica.
Como determinación más generalizada, los animales, en su grado de complejidad y evolución
biológica, desde el insecto y, el reptil al mamífero, expresan la jerarquía de los instintos.
En relieves asirios o persas, la victoria de un animal superior sobre otro inferior
corresponde siempre a un simbolismo análogo. Igualmente, en la América precolombina, la
lucha del águila contra la serpiente. La victoria del león sobre el toro suele significar
la del día sobre la noche y, por analogía, la de la luz sobre las tinieblas y la del bien
sobre el mal.
La clasificación simbólica de los animales corresponde con frecuencia a la de los cuatro
elementos; seres como el pato, la rana, el pez, a pesar de su diferencia, se hallan en relación
con las "aguas primordiales" y pueden ser, por lo tanto, símbolos del origen y de
las fuerzas de resurrección. Algunos animales, como los dragones y las serpientes, tan
pronto se adscriben al agua como a la tierra o incluso al fuego, pero la atribución más general
y correcta establece que los seres acuáticos y anfibios corresponden al agua; los
reptiles, a la tierra; las aves, al aire, y los mamíferos, por su sangre caliente al fuego.
Desde un punto de vista del arte simbólico, los animales se dividen en naturales (con frecuencia
diferenciados en pares de contrarios: el sapo es la antítesis de la rana; la lechuza, del
águila) y fabulosos; éstos ocupan en el cosmos un orden intermedio entre los seres
definidos y el mundo de lo informe. Probablemente pudieron ser sugeridos por hallazgos de
esqueletos de animales antediluvianos; por el aspecto de seres equívocos, aún siendo naturales
(plantas carnívoras, erizos de mar, pez volador, murciélago), los cuales son símbolos
de perduración caótica, de transformismo, pero también de voluntad de superación de formas
dadas; y constituir a la vez poderosos sistemas de proyección psíquica.
Los más importantes de los animales fabulosos son los que siguen: quimera, esfinge, lamia,
minotauro, sirena, tritón, hidra, unicornio, grifo, harpía, pegaso, hipogrifo, dragón, etc.
En algunos de estos seres la transformación es simple y posee carácter claramente afirmativo,
como las alas de Pegaso (espiritualización de una fuerza inferior), pero las más de las
veces el símbolo expone una perversión imaginativa configurada. Sin embargo, una arraigada
creencia humana en los altos poderes de estos seres, corno también en todo lo anormal y
deforme, les confiere una extremada ambivalencia.
Hay animales, también, cuyo aspecto poco o nada tiene de ideal, pero a los que se atribuyen
cualidades no existentes, por proyección simbólica, o sobrenaturales (pelícano, fénix, salamandra).
Calímaco nos ha legado un fragmento alusivo a la edad de Saturno, cuando los
animales hablaban (símbolo de la edad de oro, anterior al intelecto -hombre- en que las
fuerzas ciegas de la naturaleza, sin estar sometidas al logos, poseían condiciones extraordinarias
y sublimes). Las tradiciones hebrea e islámica también se refieren a estos "anima-
les parlantes".
Existen otras clasificaciones interesantes, como la de "animales lunares", dada a los que
muestran cierta alternancia en su vida, con apariciones y desapariciones periódicas, en
cuyo caso el animal, aparte de su simbolismo específico, integra el de la esfera lunar.
Schneider cita asimismo una curiosísima atribución primitiva, por la cual los animales que
pueden simbolizar el cielo tienen la voz aguda si son de gran tamaño (elefantes) y grave si
son pequeños (abeja). Los terrestres se comportan de manera inversa.
Algunos animales, por sus cualidades sobresalientes, en especial por su neta agresividad y
su belleza, como el águila y el león, han desempeñado una función preponderante en el alegorismo
mundial. Los animales emblemáticos de los signum romanos eran: águila, lobo, toro,
caballo y jabalí.
En simbolismo, cuando los animales (u otros cualesquiera elementos) se relacionan, el orden
siempre tiene importancia e implica, o una gradación jerárquica, o una distribución espacial.
Así en alquimia, la jerarquía se establece de arriba abajo por medio de los animales:
fénix (culminación del opus), unicornio, león (cualidades necesarias) y dragón (materia
prima). Las agrupaciones de animales suelen basarse en sistemas de correspondencias y ordenación
numérica: un caso central es el del famoso tetramorfos bíblico y occidental; otro,
el de los cuatro animales benévolos chinos: unicornio, fénix, tortuga, dragón.
En el arte románico aparecen con particular frecuencia: pavo real, grulla, águila, liebre,
buey, león, gallo, langosta, perdíz. Su sentido simbólico suele derivar de las Sagradas
Escrituras o de los escritos patrísticos, pero a veces se dan simbolizaciones obvias como
la relación entre el leopardo y la crueldad. Conocido es el simbolismo mayor del palomo, el
cordero y el pez, en el cristianismo.
La actitud de los animales simbólicos plasmados en una representación puede explicarse casi
literalmente: la contraposición de dos iguales o diferentes, tan común en heráldica, corresponde
al símbolo del equilibrio (justicia, orden, tal como lo simbolizan las dos serpientes del
caduceo). En alquimia, la contraposición de dos animales de la misma especie,
pero de distinto sexo, como león y leona, perro y perra, significa la contraposición esencial
de azufre y mercurio, de fijo y volátil. Un animal alado y otro sin alas exponen idéntica
situación.
Este antiquísimo interés por el animal, como portador de expresiones cósmicas, como modalidad
natural de la creación investida de un sentido significante (al margen de la mera existencia
dada) pasa desde la aurora neolítica hasta obras como Jubile van den Lleyligen
Macarius (1767), donde se describen procesiones en las que cada carroza simbólica lleva un
animal (pavo, fénix, pelicano, unicornio, león, águila, cabra, avestruz, dragón, cocodrilo,
ciervo, jabalí, cisne, pegaso, rinoceronte, tigre, elefante). Los mismos y otros muchos
(ánade, asno, buey, búho, caballo, camello, carnero, cerdo, leopardo, cigüeña, gato, grifo,
ciervo, ibis, lobo, mosca, oso, pájaro, paloma, pantera, pez, serpiente y zorra), constituyen
el núcleo principal de las marcas de papel, cuyo origen místico y simbólico está fuera
de duda, y que se expanden en Occidente desde fines del siglo XIII.
Ahora bien, buscando sentidos generales a cuanto llevamos expuesto, los animales se relacionan
con las ideas de montura (vehículo, medio), sacrificio y vida inferior. Su aparición
en sueños o visiones, como el célebre cuadro de Füsli, expresa una energía indiferenciada,
aún no racionalizada ni sometida al imperio de la voluntad, entendiendo ésta como dirigida
contra los instintos. Según Jung, "el animal representa la psique no humana, lo infrahumano
instintivo, así como el lado psíquico inconsciente". La primitividad del animal indica la
profundidad del estrato. La multiplicidad, como en todos los casos, empeora y primitiviza
aún más el símbolo.
La identificación con animales significa una integración del inconsciente Y, a veces, como
la inmersión en las aguas primordiales, un baño de renovación en las fuentes de la vida. Es
evidente que, para el hombre anterior al cristianismo y las religiones no morales, el animal
representa más bien una magnificación que una oposición. Este es el sentido de los signum
romanos, de las águilas y lobos triunfantes, colocados simbólicamente sobre los cubos
(tierra) y esferas (ciclo, totalidad) para expresar la idea de un instinto-fuerza dominante
y triunfante.
(*) Fuente: - (en parte) Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de Símbolos, Ed. Lábor,
Barcelona 1991, pp. 69-73.