En lejanos tiempos vivía Santos Vega, payador extraordinario que llenaba la inmensa soledad
pampeana con el eco de su canto y el rasgueo de su guitarra. Cierto día en que entonaba sus
mejores canciones a la inmensa sombra de un ombú, ante paisanos de los más lejanos pagos,
llegó al galope de un hermoso caballo, un forastero que ante la sorpresa general desafió al
cantor. Santos Vega aceptó y su voz melodiosa ascendió en los aires como una enredadera
cuajada de flores, todos escuchaban al poeta de la pampa, y creyeron segura su victoria.
Sin embargo el desconocido no se desconcertó, y cuando llegó el turno, apretando contra su
corazón la guitarra, comenzó a cantar y su voz tuvo arpegios nunca oídos, cálida y dulce,
tenía una melodía que parecía diabólica. El forastero venció a Santos Vega, por cuya faz y
la de sus amigos cruzó una sombra dolorosa.
El payador Juan Sin Ropa, no era otra cosa que la encarnación de Lucifer, pues solo el diablo,
y únicamente él, podía vencerlo.
Nunca más se lo vió a Santos Vega, ni se escuchó su voz; aunque se afirma que en las noches
serenas, emponchado y triste, al paso cansado de su caballo, con su guitarra abrazada a la
espalda, cruza como una sombra la pampa callada.
Con razón ha sido considerada la legendaria figura de Santos Vega como la personificación
del gaucho argentino. Tanto apasionó su estudio que está a punto de confirmarse su existencia
real. Se exhumaron archivos, se conversó largamente con ancianos de viejos pagos que
parece le conocieron en el Tuyú (Provincia de Buenos Aires), y hasta una tumba guarda, según
investigadores, sus despojos mortales.