Los mortales que han conseguido verle son muy pocos. Es un caballo blanco, con patas de
gamo y cola de león, cabeza púrpura, ojos azules y un cuerno largo y retorcido en la frente,
blanco en la raíz, negro en el centro y rojo en la punta. A causa de este cuerno, se
le conoce en otros lugares como "unicornio", pero el de Cantabria es distinto, pues parece
ser que tenía unas alitas encima de las pezuñas y de ahí el nombre de "Alicornio".
Esto explica la increíble velocidad a la que galopaba, pues los pocos pastores que lo han
visto cuentan que, rebotaba de risco en risco como una centella. Se dice que vivía en los
lugares más inaccesibles de las cumbres, allí donde siempre hace sol porque las nubes no
llegan tan alto. Sólo bebía agua de los manantiales más puros y comía florecillas tiernas.
La única manera de capturarlo era con el señuelo de una hermosa y pura doncella, a la que
el Alicornio se acercaba lenta y mansamente, que era el momento en el que los cazadores se
abalanzaban sobre él y lo mataban, pues se sabe que a quien bebiera del cuerno del Alicornio
(una vez arrancado y transformado en vaso) nunca le haría daño ningún veneno ni sufriría
ningún otro tipo de mal.
EL ARQUETU
Es un viejo de larga melena bermeja con un hábito blanco salpicado de pintas moradas. En la
frente tiene una cruz verde rodeada de llaves y candados pintados. Camina muy despacio y
nadie sabe de dónde viene ni adónde va. Lleva colgado al hombro derecho una taleguilla de
color nube y debajo del brazo izquierdo una arquita de oro con adornos de plata y bronce
pulido. Le enfada sobremanera que los hombres malgasten su dinero en juergas y vicios.
Cuando algún desgraciado pierde sus bienes de ese modo y se refugia en el monte, el Arquetu
se compadece de él y, abriendo la arquita que lleva consigo, le da unas onzas de oro para
que las invierta en su trabajo y las haga fructificar. Pero si el derrochador toma las monedas
y se las gasta en sus vicios, el Arquetu le condena a pasar el resto de sus días pidiendo
limosna por los caminos.
EL BASILISCO
Es muy parecido al Basilisco de la mitología de Chile. Es un animal verdaderamente extraño
en forma de reptil, pero con patas, pico y cresta de gallo, que mata con la mirada. Las
condiciones que tienen que darse para que nazca un basilisco son muy especiales. El basilisco
nace de un huevo que pone un gallo una noche de luna llena, exactamente a media noche.
Si se dan estas premisas, al día siguiente encontraremos un huevo blanco y esférico.
Este ser no abulta más de un palmo y en los ojos tiene un fuego que fulmina a cualquier animal
o persona. Sólo hay dos medios para matar a un basilisco: el canto del gallo, que lo
ahoga en cuanto lo oye y un espejo, para que al verse en él reflejado, su propia mirada lo
mate. Por temor al basilisco muchos viajeros que atraviesan las montañas de Cantabria van
acompañados de un gallo, para poder enfrentarse a él y salir bien parados.
EL CUEGLE
Se cree que nos todas las Anjanas son buenas, las hay, que por uno u otro motivo son víctimas
de una maldición, y se transforman en verdaderas brujas. Estas Anjanas pervertidas se
unen cada treinta años con osos viejos y al cabo de veinte meses paren un ser muy extraño y
monstruoso que se llama cuegle.
Este engendro (el Cuegle) es un bicho rarísimo. Tiene cuerpo de animal pero anda erguido.
La sangre la tiene blanquecina, la cabeza grande con un cuerno y los cabellos ásperos como
matorrales. La cara es de hombre, aunque negra, con tres ojos, uno azul, otro verde y otro
rojizo, y la barba larga. Tiene tres brazos y manos enormes como mazos, pues carece de dedos,
y unas piernas robustas llenas de cicatrices y arañazos de los espinos. En el brazo
derecho tiene unas manchas verdes y en el cuello como un collar rojo que de noche parece de
fuego. Se viste con las pieles de los animales que mata. Es muy voraz, tiene en las fauces
cinco filas de dientes afilados como los de los lobos y en el abdomen cinco estómagos.
Cuando son pequeños sus madres los alimentan con hojas de roblecillo y de acebo, pero pronto
se aficionan a la carne y comen todo tipo de animales. Los que más les gustan son las
garduñas y los zorros. Cuando en el invierno no pueden salir de sus guaridas a causa de la
nieve, sólo pueden comer las orugas y los gusanos que encuentran escarbando en la tierra
con el cuerno. También comen niños pequeños, a los que roban con cuna y todo. Para evitarlo,
las madres que lo saben ponen en ella una ramita de acebo o roblecillo y, al llegar el
Cuegle y olerlo, se le ponen los pelos de punta y siente tales náuseas que tiene que salir
corriendo, pues no puede soportar el olor de las hojas con que le cebaron de pequeño.
EL CULEBRE
Es un misterioso y extrano "reptil", entre dragón y serpiente, de ojos muy brillantes, con
cabeza ancha, potentes mandíbulas armada con enormes colmillos, con una boca grande por la
que expulsa fuego y azufre, cresta espinosa que se prolonga por todo el espinazo hasta la
cola, patas de aceradas garras y alas membranosas de murciélago que le permiten volar. Moran
en una cueva entre las peñas, roquedales y acantilados de San Vicente de la Barquera.
Es muy difícil verlos, pues salen poco y nadie se atreve a internarse en sus guaridas. Se
comen vacas enteras y una vez al año comen a una doncella. La historia cantábrica cuenta
que una doncella no queria morir en las fauces del culebre y le pidio al apostol Santiago
que peregrinaba a Compostela que la salvare de esto, a lo que Santiago accedió y mató al
dragón. Aún hoy pueden verse marcadas en la roca las huellas de las herraduras del caballo
de Santiago frente a la caverna abierta sobre los acantilados de Santillán.
El culebre guarda los tesoros de los que escondieron los moros. Se dice que, la noche de
San Bartolomé sale de su cueva con sus poderes acrecentados, provocando tempestades y desatando
el terror entre las tranquilas gentes de San Vicente.
EL DUENDE ZAHORí
Este es un enanito que a diferencia de El Trastolillo y El Trenti, no se dedica a fastidiar
con sus bromas a las gentes de Cantabria. Entre los que se dedican a hacer el bien, este,
ocupa el primer lugar La gente lo llama "buscador milagroso" o "duende de las cosas perdidas",
puesto que cuando algún cántabro pierde algo, lanza una invocación como esta al duende
Zahorí para que éste le encuentre lo que ha extraviado:
"Duende, duende, duendecito,
una cosa yo perdí;
duende, duende, duendecito,
compadécete de mí".
Si la persona que lo invoca es buena, el duende Zahorí llega rápidamente y escucha atentamente
la descripción del objeto perdido y hace una indicación al que lo invocó para que le
siga. Da muchos rodeos antes de dirigirse al lugar donde está el objeto y si ve que la persona
empieza a impacientarse y a dudar de él desaparece de repente y luego, ya solo, recu-
pera el objeto y se lo regala a algún necesitado. No socorre a quienes tengan mala intención,
burlándose de estos desde su escondite en la espesura. Es un duende pequeñín y moreno, de
cara redonda, nariz larga y afilada, ojos negros y grandes y pelo rubio. Su voz es
ronca, como si estuviera enfadado, pero en realidad es muy alegre y su risa es larga y
burlona. Se viste con una zamarra roja y siempre anda corriendo de un lado a otro. Calza
unas sandalias de piel amarilla o zapatones de madera de fresno y suela de piedra.
EL HOMBRE-PEZ
Hace muchos, muchísimos años, vivía en Liérganes un muchacho muy aficionado al agua pues le
encantaba zambullirse en las aguas del río Miera, y coger pececillos, que llevaba a casa en
una calabaza hueca. Tantas horas se pasó este joven metido en el agua hasta que, descubrió
el misterio de los peces, asimilando sus movimientos, sus hábitos alimenticios y hacíendo
todo tipo de experimentos en el agua. Un día se dió cuenta de que no necesitaba salir de
nuevo a flote para poder respirar y animado ante este descubrimiento, siguió buceando y
buceando hasta que, de pronto se encontró con una inmensidad... ¡había llegado a la bahía
de Santander!. Tanto le impresionó el espectáculo que sus ojos contemplaban, que siguió
explorando el nuevo mundo que se abría ante él, seguro de que nadie hasta aquel momento había
visto lo que él. Años más tarde, y dándole su familia por desaparecido y ahogado, en
la bahía de Cádiz, encontraron unos pescadores una especie marina totalmente desconocida
para ellos. El animal que surgía del agua tenía cabeza de hombre y el cuerpo blanco y
cubierto de escamas. Le llevaron a un convento de frailes donde no pudieron conseguir ninguna
información, pues el hombre-pez no hablaba, sólo un día le oyeron decir : "Liérganes",
y un monje compadecido le llevó hasta su casa, pero poco tiempo estuvo en ella, pues echaba
de menos el mar, que tan bien lo había acogido, así que volvió a él y nunca más se le volvió a ver.
EL MUSGOSO
Nadie le ha oído nunca hablar, pero en los montes de Cantabria todo el mundo le respeta y
le conoce y muchos son los pastores que le deben incluso la vida. El Musgoso sólo vive para
hacer el bien en el monte, para avisar de los peligros de la Naturaleza, del Ojáncano y de
otros seres malignos. Es un hombre alto y delgado, de cara pálida, ojos pequeños y hundidos
y barba negra muy larga. Viste una zamarra de musgo seco y sandalias de piel de lobo y en
el zurrón lleva siempre una flauta de una madera desconocida. Siempre está caminando, muy
lentamente, como si estuviera cansado, pero nunca se detiene. A veces toca la flauta y, sin
dejar de andar, interpreta dulces y a la vez tristes melodías que son inconfundibles, pero
nunca por la noche, ya que por la noche silba. El sonido de la flauta del Musgoso hace que
los pastores se protejan del temporal que llega, guardando sus rebaños y buscando refugio.
Otras veces lo que alerta a los pastores no es ni su silbido ni el sonido de su flauta, sino
unos ruidos característicos como de una rama que se desgaja o una piedra que rueda monte
abajo. Esto hace que los pastores estén muy atentos, pues es señal de que algún peligro les
aguarda.
EL OJÁNCANO
El Ojáncano personifica el mal para los montañeses. Es el personaje más desagradable y malvado
de la mitología de Cantabria, oponiendose completamente a las Anjanas ya que el Ojáncano
es sinónimo de odio, ira y destrucción, alegrándose de los males de los hombres. Es un
ogro enorme, tan alto como los árboles más altos y tan robusto como los peñascos que sostienen
a las montañas. habitan en grutas profundas cuya entrada está siempre disimulada por
maleza, arbustos y grandes rocas. Su rostro es redondo de color amarillento y con unas
largas barbas de color rojizo. La voz del ojáncano es tan terrible que suena como un vendaval
de invierno soplando en las montañas con ruidos de truenos. Tiene unos pies y manos
gigantescos y en cada pie tiene diez dedos que terminan en unas afiladas garras, lo mismo
que sus manos, que también tienen diez dedos cada una rematados por sendas garras. En
ellas suele llevar una honda de piel de lobo con la que arroja grandes piedras y en la otra
porta un recio bastón negro, que puede transformarse en lobo, víbora o cuervo, que son los
tres animales del bosque amigos suyos. Todo su enorme cuerpo está cubierto por un pelo
áspero y rojizo. La parte delantera de éste está casi tapada por su espesa barba, en la que
tiene un pelo blanco, el punto débil del Ojáncano, si alguien consigue arrancarle ese pelo,
tras cegarle el único ojo que tiene en su frente, podrá matar a este desagradable ser. Este
ojo brilla por la noche como si estuviera al rojo. Pero por desgracia, el Ojáncano no está
solo, con él vive la Ojáncana (ver La Ojáncana), un monstruo tan terrible como él o quizá
aún más.
Muchos de los árboles caídos a orillas de los ríos cuando hay vendaval los ha tirado algún
Ojáncano y es que cuando hay viento, se les enredan las barbas y estos enfurecidos descargan
su ira con los árboles. Los ojáncanos se alimentan de bellotas, de las hojas de los
acebos, de las ovejas y de las vacas que pastan por donde ellos viven. El Ojáncano no se
reproduce en pareja, su nacimiento es de lo más curioso. Cuando un Ojáncano está viejo, los
demás lo matan, le abren el vientre para repartirse lo que lleve dentro y lo entierran bajo
un roble. Al cabo de nueve meses, salen del cadáver unos gusanos amarillos, enormes y
viscosos, que durante tres años serán amamantados por una Ojáncana con la sangre que mana
de sus voluminosos pechos y de este modo pasan a convertirse en machos o hembras.
De esto se desprende que reinan en la Montaña a sus anchas y sólo un duende o una Anjana
pueden castigarlos.
EL PECU
Tras anunciar la primavera, este "pájaro de cuenta", que sabe qué moza se casará y qué moza
no, abandona Cantabria por san Juan con una cereza en el pico. Dicen que fue un niño muy
malo y desobediente, tan distraído en la escuela que nada más aprendió la "p" y la "q" por
lo que como castigo, quedó transformado en un cuclillo que repite sin cesar ambas letras
cuando canta: "¡Pe-cu, pe-cu, pe-cu... !", en lugar del típico "cu-cu" de los cuclillos. La
maldad del Pecu atormenta a las "mujeres" pues, el Pecu es el encargado de decidir cuándo
se casan, las que se casan ya que a muchas las deja solteronas.
Al principio de la primavera, cuando el Pecu regresa de lejanísimas tierras, las mocitas
que empiezan a fijarse en chicos deben salir al monte y buscar un árbol en el que esté posado
el Pecu y mirandolo fijamente debe decirle con voz dulce: "Pecu, Pecu, Pecu, colita de
escoba ¿Cuántos años faltan para mi boda?"... Y cierra los ojos esperando a que el pájaro
responda. Si canta dos veces "pe-cu, pe-cu", la muchacha suele esperar todavía unos segundos
de suspenso para cerciorarse de que no hay más, da un grito de alegría y va corriendo a
casa a contar a todo el mundo que se casará dentro de dos primaveras.
Si el "pe-cu" se oye tres, cuatro o cinco veces, la muchacha interesada se pondrá un poco
triste porque no entiende que haya que dejar para mañana lo que pueda hacerse hoy.
Cuando el Pecu repite su canto seis, siete, ocho y hasta nueve veces, la inicial sonrisa
esperanzada de la mocita se trueca en amargura, sus ojos se abren para dejar brotar gruesos
lagrimones, su tez cambia de color, a veces se desmaya, y vuelve a casa abatida preguntándose,
quién se casará con el muchacho en el que había puesto sus ojos y repasando en su
mente los viudos ricos que conoce, aunque trata de consolarse pensando que al fin y al cabo
tiene la seguridad de que no se quedará soltera.
Hay ocasiones en que el Pecu prolonga su canto más de diez, veinte y treinta veces y, cada
"pe-cu" atraviesa los oídos de la joven como un puñal que le traspasa el corazón, la enloquece,
la hace tiritar de espanto, proferir alaridos, morderse la lengua, clavarse las uñas,
arrancarse mechones de cabello y huye arañándose entre los espinos y golpeándose contra las
piedras, segura de que morirá sin que nadie la haya querido. Más tarde su madre o su abuela
le dirán que no pierda la esperanza, que al año siguiente o al siguiente o al siguiente,
volverá a ir al monte a oír cantar al Pecu y comprobar si este se equivoco en la cuenta cosa
que suele suceder, pues como hemos dicho nunca le fue bien en la escuela y por tanto mucho
menos en la aritmética.
EL RAMIDREJU
Animal que nace cada cien años de las comadrejas a de las rámilas. Es muy delgado y muy
largo, con piel negra rayada de verde, ojos amarillos y un morro de jabalí que le sirve
para excavar agujeros profundísimos bajo tierra, agujeros semejantes a los topos. Dicen que
su piel cura todas las enfermedades y que sirve, también, para encontrar tesoros ocultos...
EL ROBLÓN
Es más grande que un Ojáncano. El nacimiento del Roblón es muy curioso...según cuentan los
ancianos, era un roble normal y corriente, aunque viejo, que tenía un enorme hueco en el
tronco. Una tarde de tormenta se cobijó en el hueco de su tronco una bellísima muchacha.
Empapada y pasmada de frio como estaba se apretó contra las paredes del hueco y, el árbol,
ante la tibieza de aquél cuerpo y el aliento de aquella boca sonrosada, sintió como la savia
le corría más rápido por el tronco hasta que acabó estrechando a la mocita en un abrazo
mortal. El árbol absorbió la sustancia y los humores de aquel joven cuerpo y aquella nueva
savia hizo crecer desmesuradamente al roble, cuyas raíces se extendieron por los alrededores
robando a los árboles y arbustos cercanos, no sólo su agua y alimento sino también su
savia. De este modo el Roblón acabó teniendo un aspecto extrañísimo. Su larga cabellera
era de hierba casi seca, que caía en grandes mechones desde sus ramas más altas. La frente,
ancha y rugosa era de haya. La nariz era una rama de encina, las barbas eran un bosque de
matas de brezo, debajo de la cabeza le salían dos troncos de abedul que eran los brazos,
con multitud de ramas como dedos. Y las piernas robustas y nervudas, eran fresnos de todos
los tamaños. De roble sólo le quedaban las mandíbulas y el corazón. En cuanto a los ojos,
eran los de la muchachita, que, abrasados de dolor, aparecían envueltos por una mata de espino
que llenaba totalmente las cuencas y ardía sin consumirse, de modo que , por la noche
parecían dos lunas.
Después de esto el Roblón se empezó a mover, convirtiéndose en el azote de la Montaña. Sus
pisadas hacían temblar los bosques, su respiración agitaba las ramas de los árboles y su
sombra parecía la de una nube. Destrozaba todo lo que había a su paso, fueran cabañas, setos,
paredes y, sobre todo, fuentes, a las que acudía a meter sus raíces para absorber por
los pies todo el agua que podía.
EL TENTIRUJO
Duende malicioso de orejas puntiagudas, manos largas y piel parduzca de ropajes rojizos y
boina de rabo tieso en la cabeza. Se dedica a pervertir a las muchachas solitarias mediante
caricias que realiza mientras se encuentra invisible con la ayuda de una planta joven de
mandrágora (planta embrujada con raíz de forma humana) que, siempre que realiza sus fechorías,
lleva en la mano. Las muchachas que han pasado por esa singular experiencia cambian
de conducta pasando de ser solitarias a volverse alegres y apasionadas. Se cree que el
Tentirujo puede tener cierta relación con la diablesa de la lujuria Masabakes y que es ella
quien le indica el lugar donde debe actuar ayudándole a transportarse hasta allí.
EL TRASGO
Duende que baja de noche por la chimenea, revolviendo y escondiendo las cosas para que nadie
las encuentre... Imita los sonidos de todos los animales de la cuadra y asusta a quien
duerme con sus gemidos y risotadas. De día, y pese a su cojera... (se hizo daño una vez al
descender por una chimenea)... se sube a los árboles, desde donde tira chinitas a la gente.
Forman su traje encarnadas cortezas de aliso, puestas por el revés, cosidas con hiedra.
EL TRASTOLILLO
Es un duendecillo enredador y burlón que vive en las casas de los hombres de Cantabria. Es
el más conocido de entre todos los duendes, aunque en algunos lugares se le conoce como
Trasgu. Es un duende juguetón y atolondrado que constantemente está riéndose. Es pequeño y
más negro que el carbón, con el pelo largo y del mismo color. Es un ser juguetón, alocado,
enredador, burlón y atolondrado que siempre está riéndose. Tiene carita de pícaro y unos
ojillos muy verdes, colmillos retorcidos, dos incipientes cuernecitos y un rabillo que casi
ni se le distingue. Viste una especie de túnica roja que se hace de cortezas de árbol co-
sidas con hiedra, se cubre la cabeza con un gorrito blanco y se apoya en un bastoncillo de
madera. Todas las cosas que suceden dentro de la casa y que son inexplicables tienen por
autor al Trastolillo. Tira la harina, bebe la leche, quema los guisos, afloja las tarabillas
de las ventanas, entre chirriantes risas e hipócritos lloriqueos. Como la gente sabe
que son cosas del duende, ni se sorprenden ni se asustan.
EL TRENTI
Es un enano muy parecido al Trastolillo, pues es pequeño, tiene la cara muy negra y los
ojos verdes, y no se queda atrás en lo de picarón y bribón, pero el Trenti, en cambio, no
entra en las casas, pues es un duende del bosque. Por eso, para pasar inadvertido entre la
vegetación, lleva por vestido una túnica de hojas de castaño, musgo y raíces, que se confunde
de maravilla con el entorno. Se alimenta de maíz y bebe leche, pero no agua, que es
veneno para él. En el verano duerme entre la maleza, al pie de los árboles y en el invierno
se refugia en las torcas. Su entretenimiento favorito es tomar el pelo a los Montañeses que
logran cruzársele por los montes de Cantabria, escondiendose entre arbustos y matorrales
con la intención de sorprender a las muchachas jóvenes para poder tirarlas de las faldas. A
diferencia de los trasgus, estos suelen ayudar al hombre sin que lo sepan, siendo particularmente
buenos con los niños. Cuando alguien pierde algo, se entonaba una cancioncilla y
el trenti solia hallar lo perdido. Siempre deseando agradar, ayudan a las ancianas que no
pueden valerse por si mismas, a los pastores que pierden el ganado tras la tormenta o las
fechorías del ojáncano.
LA ANJANA
Se rumorea que la Anjana es una mujer santa que Dios manda al mundo para realizar buenas
obras. Es una hermosísima ninfa, es un ser menudo de hermoso rostro, bondadosa, de atractiva
figura de Cantabria, que no mide más allá de medio metro, tiene los ojos rasgados y
sus pupilas son azules o negras y brillantes como luceros, su mirada es serena y amorosa.
Tiene cabellos rubio, finos y largos, trenzas, de color azabache u oro y se adorna la cabeza
con una corona de flores y lazos de seda multicolores. Su piel es muy blanca. Tiene una
voz dulcísima, como de ruiseñor y unas pequeñas alitas casi transparentes, que la hacen parecerse
a una mariposa. Se visten con delicadas y bellas túnicas de seda blanca con pintas
relucientes y un manto azul que cambia por uno negro en el invierno. Algunas llevan sandalias
(otras descalzas) y un báculo verde con una estrella brillante en la punta y que tiene
extraordinarias propiedades mágicas con el que apacigua a las bestias del campo con solo
tocarlas; y una botellita con una bebida milagrosa que cura a los enfermos. Vive en grutas
recónditas que son auténticos palacios con el suelo de oro y las paredes de plata. Se alimenta
de miel, fresas, almibar y otros frutos que les proporciona el bosque. Durante las
noches, en algunas ocasiones, se pasean por los pueblos dejando regalos en las puertas de
las casa de aquellos que se lo han merecido por sus buenas obras.
Ella vive cuatro siglos y vuelve al cielo para no regresar mas y, puede transformarse en lo
que desee y hasta hacerse invisible. Cuando algún cántabro tiene problemas, invoca la ayuda
de la Anjana, que solamente se la presentará si éste es una buena persona.
Protege a las gentes honradas, a los enamorados y a quienes se extravían en el bosque o en
los caminos. Pero la Anjana también castiga a quien la desobedece. Parece que el poder de
la Anjana le viene dado por alguna fuerza superior, ya que ella también pueden ser castigadas,
sobre todo si se enamoran de un mortal, que significa renunciar a su esencia. Pero
esto es excepcional y, por lo general, lo que distingue a la Anjana es su bondad ya que es
la parte buena del alma, de la imaginación y de la fe.
LA GUAJONA
A veces los niños y jóvenes cántabros tienen un color pálido, como si algo les hubiese sentado
mal o como si estuviesen enfermos, pero no es ninguna enfermedad la que causa sus males, es
la Guajona que en algunos sitios la llaman Lamia o Lumia. Es una vieja delgada y
siniestra, tapada de la cabeza a los pies por un manto negro. Lo único que muestra son las
manos, renegridas y sarmentosas, lo pies, que en realidad son patas de ave, y la cara, de
un color amarilla, rugosa, consumida, sembrada de pelos y verrugas, con unos ojos diminutos,
brillantes como estrellas, nariz aguileña y labios delgados y descoloridos, y en la
boca, un único diente, negro y enorme como un puñal, pues le llega hasta debajo de la barbilla.
La Guajona no vive de día y nadie sabe donde se mete, aunque algunos creen que se esconde
bajo tierra. Cuando llega la noche, sale confundiéndose entre las sombras. Entra en las
casas sin hacer ruido, se acerca a los niños y jóvenes sanos cuando están durmiendo y les
clava ese diente largo y afilado, les bebe la sangre y los deja descoloridos.
LA MONUCA
La monuca es un animal que sólo se conoce en Cantabria. Es parecido a la garduña, pero con
la piel de varios colores, la cabeza blanca como la oveja, el cuerpo rojo, azul y negro y
el rabo morado. Es hija de un gato montés y una garduña. Es un animal fiero y desagradecido
pues nada más nacer abandona la madriguera y tiempo más tarde vuelve a ella para matar a la
garduña, su madre, pero esto hará que sea perseguida por el gato montés, hasta que la
encuentre y la mate a ella.
LA OJANCA
La ojáncana también llamada "la novia del ojáncano" por las pérfidas maldades que tiene con
él en común, es una gran criatura humanoide y de terribles rasgos físicos: carichata y
macrocéfala, adornada con greñas de cabello oscuro, sucio y alborotado. Con enormes y retorcidos
dientes que surgen de su sobresaliente labio inferior imitando a los de un jabalí y
con una piel escamosa y agrietada. Pero la caracteristica mas marcada es la deformidad y
gran tamaño de sus pechos que caen alargados como bolsas y que puede cargarlos a la espalda,
acto que suele realizar cuando caza, está enfadada o huye. Le gusta cazar los niños que
se pierden por el bosque, con los que se alimenta. Primero les roba toda la sangre, para
ella el más exquisito licor, y más tarde los devora a grandes dentalladas. Cuando no dispone
de sus infantiles víctimas, se tiene que conformar con comer animales, que acumula en
sus cuevas oscuras. En los umbrales de estos lugares es donde algunos lugareños dejan carne
o pan de mijo junto a cuencos de leche o sangre de animales confiando evitar sus continuas
salidas de caza de hombres, niños y rebaños. Se rumorea que existen ojáncanas en numerosas
cuevas de Cantabria: en la Penilla de Cayón, Santurce de Toranzo y Cieza en Torrelavega.
LANTARÓN
Es el Neptuno cántabro, el rey del mar que baña las costas de Cantabria. Su forma es parecida
a la humana, pero sus pies son enormes, con los dedos unidos por una membrana. Tiene
el cuerpo robusto y musculoso, la piel oscura, verdinegra como las algas y muy brillante, y
unas manos fornidas y callosas. La cabeza es ovalada, con dos ojos enormes y saltones.
Lantarón suele acercarse a tierra cuando la marea está baja y se queda inmóvil en un saliente
de las rocas contemplando el vaivén de las olas. Sólo se alimenta de pulpos, a los
que arranca del fondo con sus recias manos y se los come lentamente mientras sus ojos contemplan
la amplitud de su reino. Lleva en la mano una recia vara de saúco, árbol sagrado de
cuyas bolitas negras, mezcladas con leche de sirena hace un brebaje que por la noche le hace
fluorescente y le otorga sus poderes sobrenaturales.
LA OSA DE ÁNDARA
Vive en los Picos de Europa, en la región de Ándara donde aterroriza a sus habitantes. Habita
en el Grajal y Mancodio en verano y en las cavernas de la entrada al desfiladero de la
Hermida conforme se va acercando el invierno. Esta mujer-osa, desaparece con la llegada de
las nieves, pero vuelve a aparecer con el tiempo bueno para reanudar sus fechorías. Se alimenta
normalmente de leche, castañas, raíces, maíz crudo y bayas de ciertos árboles y, a
veces, de algún cabritillo. Tiene la cara de mujer madura sin serlo de desdibujadas facciones,
arrugada y quemada por el sol. Tiene sus cabellos arremolinados y oscuros, sus brazos
y piernas están cubiertos del mismo pelo que tienen los osos, de donde viene su nombre.
Cuando se enfada bizquea y ataca a aquel que la irrita auque rara vez demuestra su agresividad;
tiene unas manos enormes de color oscuro, es brava y forzuda. Su cuerpo está cubier-
to por un traje raído, harapiento, viejo y vulgar así como con pieles de cabritillo. También
se dice que mantiene con ella un rebaño de ovejas que ella misma roba y de las que se
alimenta.
Hay quienes afirman que se trataba de una pastora de Bejes, apodada "La Osa" por tener muchísimos
pelos en su cuerpo. Tal defecto físico la hacia huir de las personas y vivir en
estado semisalvaje.
LA REINA MORA
Se dice que está sepultada en su cueva desde hace cientos de años, llorando por su encantamiento,
ya que fue convertida en estatua de piedra sobre la que resbalan sus lágrimas. La
Cueva de la Reina Mora, en Lebeña (Liébana), que guarda en su sima paisajes inéditos de variada
condición, es un yacimiento paleolítico. La cueva es de techo alto, con estalagmitas
de formas caprichosas, cuyo perfil se asemeja a una mujer hecha naturaleza. Se cree que el
sonido de las aguas subterráneas y el débil silbido del aire en la cueva son los lamentos
de los compañeros moros muertos en la batalla de Covadonga allí sepultados, y también de la
Reina Mora, que implora constantemente su liberación.
LAS BRUJAS
Se trata de brujas voladoras que tienen poder entre los mortales durante el tiempo que
transcurre alrededor de la media noche (también llamada "hora bruja") y los primeros brillos
del alba. Es decir, hasta que el sol ahuyenta los malos espíritus o se rezan las primeras
oraciones del día. Las brujas de la montaña no son hechiceras, ni encantadoras, ni
adivinas: se cree en estos tres fenómenos, pero no se las odia; al contrario, se las respeta
y se las consulta, pese a que sean familiares del demonio. Por ello algunas veces, el
pueblo se beneficia de sus artes. Todos los sábados del año, por la noche, las brujas montañesas
salen volando chimenea arriba, montadas en escobas o transformadas en cárabos rumbo
a Cernégula, pueblo de la provincia de Burgos, donde celebran sus reuniones y sus ritos,
las brujas allí reunidas se untan con un compuesto a base de hierbas frías, hierba mora,
mandrágora y otras hierbas que producen visiones agradables. Cuando regresan de sus reuniones
en Cernégula se reúnen en cónclave; en él se exige a todas las brujas cántabras que
relaten cuantas maldades hayan cometido durante la semana. Tales encuentros no llegan a ser
aquelarres, tan solo son pequeñas reuniones. Pero las brujas montañesas también son curanderas:
hacen mezclas de hierbas a todos los enfermos que confían en ellas, hacen el mal por
las noches a los niños y a las embarazadas; atizan los incendios y sueltan el ganado de los
establos, provocando que los animales se degollen entre sí a cornazos. Un elemento fundamental
para ellas es la escoba, en la cual se montan por la noche recorriendo todos los
pueblos de Cantabria y sembrando el mal en ellos y provocando el enojo de todos sus habitantes.
También se les atribuyen poderes sobre los cambios del clima, por eso, cuando cae
una fuerte tormenta y seguidamente sale el sol, es un presagio de que va a caer otra tormenta.
A ese sol se le llama "sol de brujas". Las mas conocidas son "Las Brujas de Ongayo"
y La "viejuca" de Vispieres.
LAS IJANAS
Son criaturas revoltosas, glotonas, simpáticas y graciosas.
Cometían sus fechorías en el valle de Aras, de la zona oriental de Cantabria, principalmente
en los pueblos de San Miguel, San Mamés y San Pantaleón, donde saqueaban las colmenas
para poder satisfacer su desmedida glotonería. Una vez que han saciado su "hambre" se hartan
de agua. También se dedicaban a penetrar en las casas de los vecinos para robarles la
comida de las despensas. Nadie sabe a ciencia cierta en qué lugar del valle habitan. Se
las describe con un pecho enorme que echan atrás por encima del hombro derecho cayéndole a
la espalda. Estas criaturas van desnudas y se cuenta que, el cura de san Pantaleón, ante la
indecencia y descaro que a su entender mostraban las Ijanas, decidió acabar con ellas, mandando
prender fuego a las cuevas en donde vivían, pero, al poco tiempo ellas regresaron
dispuestas a quemar las casas de todo el vecindario empezando por la del cura...
LAS HECHICERAS DEL EBRO
Son hadas bondadosas y muy lindas que frecuentan el silencio de las ruinas cercanas al río,
el sosiego de los caminos apartados, la paz de las riberas de los arroyos. Coronan sus cabellos
negros con espigas de trigo, y andan descalzas sembrando de alegría y riqueza en los
hogares desamparados y en los corazones que sufren pena.
LAS MOZAS DEL AGUA
Son muchachitas que viven en suntuosos palacios en algunos manantiales, remansos, fuentes y
ríos de Cantabria. Por su hermosura y riquezas se parece a las Anjanas, pero las mozas del
agua no tienen tantos poderes, pero son riquísimas. Son muy pequeñitas y se cubren con capitas
de hilo de oro y plata. Lucen una estrella sobre la frente. Tienen rubias las pestañas,
las cejas y el pelo, que recogen en largas trenzas. En la mano derecha llevan unos
anillos blancos y en la muñeca izquierda un brazalete de oro con franjas negras, descalzas.
Los días de sol salen del agua y extienden sobre la hierba para que se sequen unas madejillas
de hilo de oro que han hilado durante toda la noche en sus palacios. Pues las mozas
del agua nunca duermen. Mientras las madejillas se secan, se cogen de la mano, y en coros
cantan y bailan llenas de alegría. Mientras van bailando, brotan de cada pisada unas florecillas
amarillas y rojas de vida muy efímera, que flotan en el aire y se deshacen como la
espuma. Se dice que si alguien consigue coger una antes de que se deshaga, será feliz y
rico toda la vida. Cuando las madejas están secas, las recogen y se disponen a volver a sus
palacios sumergidos, pero a veces, hay algún joven que coge un cabo suelto de una de esas
madejas. Entonces las mozas del agua tiran todas juntas de la madeja y arrastran al muchacho
al agua, pero éste no se ahoga, sino que ellas le llevan a su palacio y allí tiene
derecho a elegir a las más bella y casarse con ella. Ahora ya pertenece al reino de las
aguas y no volverá a tierra más que una vez, el día más largo del año. Sale de las aguas
con su esposa y con ella recorre los senderos de los bosques, dejando junto a un árbol o
encima de una roca un anillo, un broche o un collar. Estas joyas son invisibles para todos,
excepto para las doncellas virtuosas, de modo que éstas enseguida ven las joyas y las guardan
durante toda su vida, pues son una especie de talismán que les confiere la cualidad de
curar cualquier enfermedad con el agua de un río o de una fuente. La mayor parte de las
curanderas que quedan en Cantabria deben sus dones a una de estas joyas que encontraron de
jovencitas.
LA SERPIENTE DE PEÑACASTILLO
Se trata de una serpiente muy terrorífica que es mitad hombre. Se cuenta que el monarca más
poderoso de Europa, Felipe II, creyó que la Cueva del Tesoro de Peñacastillo albergaba un
gran depósito de perlas y riquísimas joyas custodiadas por esta serpiente. El rey costeó
una expedición dirigida por un mago italiano para que este conjurase al monstruo, pero la
aventura concluyó con la fuga precipitada del encantador al llegar al antro.
LAS SIRENAS
De las sirenas se dice que son perversas y malas ya que seducen y embelesan a los marineros
con dulces cantos para que se estrellen en algún escollo, pero en el caso de las sirenas de
Cantabria esto no es cierto. Nuestras sirenas son seres adorables. Las Sirenas cantan para
deleitarse o deleitar a sus amados, los tritones. Es cierto que se enfadan cuando algún
marinero canta o silba, pues creen que se esta mofando de sus delicados cantos, y en estos
casos se juntan muchas de ellas y nadan formando remolinos alrededor del barco para asustar
al marinero cantarín, pero eso es todo. No son mujeres-pez, sino mitad mujer mitad pez,
como los tritones y la diferencia es que ellas siempre han vivido en el mar, aunque alguna
vez las sirenas pueden transformarse en mujeres pero sólo por un tiempo. El marinero o
pescador que captura una sirena, lo cual es muy difícil, recibe un premio excepcional del
rey del Cantábrico, Lantarón: el derecho a casarse con ella. Para ello el pescador debe
besar en seguida a la sirena, cuya cola se transforma en dos hermosas piernas. Además la
sirena le entrega su espejo de nácar, que él debe esconder para que ella no lo encuentre,
pues si así fuera, el hechizo se rompería y ella regresaría al mar.
LOS CABALLUCOS DEL DIABLO
Los Caballucos del Diablo surgen en la mágica noche de San Juan en un estallido de fuego y
humo e inundando el silencio de la noche con un bramido infernal que libera la furia de estar
contenidos durante un año. Los caballucos del diablo son siete que se corresponden con
los colores: rojo, blanco, negro, azul, verde, amarillo y anaranjado. Parecen grandes libélulas,
pues tienen alas larguísimas y transparentes, con las que vuelan velozmente por el
cielo de las noches cántabras en busca de los tréboles de cuatro hojas que comen para evitar
que los mortales los encuentren y les den fortuna y salud. Sus ojos relumbran como brasas,
resoplan por las narices como el viento, arrojan inmensas llamaradas por la boca, llevan en
las patas unos fuertes espolones y, cuando huellan el suelo con sus cascos, dejan
unas marcas que no se borrarán nunca, aunque sea en la roca. Van siempre todos juntos y
son cabalgados por siete demonios que alguna vez fueron hombres y que, por sus pecados perdieron
su alma y se vieron obligados a recorrer Cantabria por el resto de la eternidad. El
caballo rojo era un hombre que prestaba dinero a los labradores y luego embargaba sus propiedades
con sucias tretas; el blanco era un molinero que robaba muchos sacos del molino de
su señor; el negro era un viejo ermitaño que engañaba a la gente; el amarillo era un juez
corrupto; el azul, un tabernero; el verde, un señor de muchas tierras que deshonró y se aprovechó
de muchas jóvenes y el naranja era un hijo que por odio pegaba a sus padres.
Los Caballucos del Diablo son muy malos para los montañeses, pues se dedican a quemar o
pisotear los campos de mieses. En Cantabria es tradición en la mañana de San Juan acudir al
monte a buscar tréboles de cuatro hojas, pero esto resulta muy difícil, porque la noche anterior
los caballitos del diablo se han dedicado a destruir todos los que hayan encontrado.
Pero si alguien consigue encontrar, a pesar de todo, uno de estos raros tréboles, le serán
concedidas las tres gracias de la vida:
- Vivirá cien años.
- No sufrirá dolores en toda la vida.
- No pasará hambre.
Por lo tanto, resistirá con ánimo sereno cualquier contrariedad.
LOS CUINES DE SILIO
Enanos también conocidos como "Familiares" que actúan por parejas haciendo el bien, especialmente
a los niños a quienes divierten con sus piruetas, muecas y gracioso ronquidos de
cerditos recién nacidos. Visten una capucha encarnada y botines como la nieve. Se sabe de
"Familiares" que solo se muestran a los inocentes...
LOS ENANUCOS BIGARISTAS
Enanos, feos y barbudos, maduros y con arrugas en el rostro, dotados de gran inteligencia y
habilidad y con una sabiduría semidivina que habitan en los huecos de los árboles o en agujeritos
en el suelo en los densos bosques cántabros. Son pequeños como un puño y solita-
rios, de ojos azules y chispeantes, pelo bermejo y pantorrillas muy abultadas, tocan el
bígaro (caracola), instrumento de viento musical similar a una concha de mar, y son los
únicos que le arrancan una multitud de notas distintas. Emiten un silbido característico
muy parecido al canto del mirlo. Suelen aconsejar a la gente y le dan presagios con sensatez
ya que conocen y entienden los problemas de los hombres. Es raro que se ofendan, pero
cuando lo hacen, se vuelven malos y vengativos, obrando con gran perversidad. Se les encuentra,
también, en las galerías de las minas, lo cual es un buen augurio, pues eso quiere
decir que allí se encontraran metales o gemas de gran valor. Se cree que estos enanucos
poseen grandes tesoros escondidos bajo tierra. Nunca van en grupo. Algunos se dedican a
causar mal corrompiendo las aguas cristalinas, llenándolas de sapos y de escorpiones. Por
suerte son más los enanos del bígaro que se dedican a hacer el bien que los que se entretienen
causando el mal a los cántabros.
LOS ESPUMEROS
Son unos seres marinos de las costas cántabra. Se llaman de este modo porque cuando están
juntos, que es casi siempre, les encanta jugar con la espuma, ya sea en la cresta de las
olas, por las que corren sin hundirse, o cuando revolotean sobre las estelas de los barcos.
Son hombrecitos muy pequeños, como niños regordetes, y visten una túnica del color de las
algas. No se alejan mucho de tierra, en la que a veces se internan por diferentes razones,
pues son ellos quienes recogen flores en los prados y bosques para hacer collares a las sirenas
y ellas, a cambio, les regalan caracolas y cada uno tiene la suya. Cuando va a haber
tormenta suben a los acantilados y soplan al tiempo sus caracolas para avisar a los pescadores
de que deben volver a puerto. Son rubios o morenos y tienen unos ojos tan brillantes
que cuando la niebla oculta la costa, se colocan delante de los barcos y les guían como si
fueran faros.
LOS MENGUES
Gusanos malignos que se cogen bajo los helechos en lo alto del monte, a media noche con luna
llena. Metidos en un alfiletero otorgan poderes extraordinarios, pero es preciso darles
dos libras de carne al día pues si no se comen a su dueño. Sólo quien lleve en una bolsita
"el rézpede de coliebra" se verá libre de la magia infernal y de la fuerza hipnótica de los
Mengues.
LOS NUBEROS
Geniecillos diminutos y malignos, de cara maliciosa y aspecto obeso, que montados en nubes
grises se divierten provocando tormentas con la intención de asustar con sus rayos a los animales
y personas, y destruir con el granizo las cosechas de los hombres. Son los agentes
y rectores de las tormentas de la Montaña, guiando un verdadero cortejo de nubes sin contorno
y con enormes proporciones; se les tiene gran temor, ya que pueden causar grandes
destrozos en los pueblos, por eso son temidas las noches de grandes lluvias y tormentas. Se
encienden cirios para ahuyentar los nubarrones o se hacen tañir las campanas para ahuyentar
los malos espíritus. También actúan contra los pescadores cántabros. Cuando éstos se disponen
a realizar sus faenas, los nuberos provocan terribles ventarrones que les obligan a
volver a puerto con las manos vacías. Disfrutan alterando el tiempo y haciendo el mal a los
montañeses, que aún no han encontrado un método para hacer desaparecer a semejantes personajes.
También pueden invocar rayos a voluntad, y no dudarán en utilizarlos como armas si
son atacados o molestados. Son los causantes de los vientos del noroeste del Cantábrico
tan temidos por todos...
LOS VENTOLINES
Los ventolines son la contrapartida a los nuberos, unos genios benévolos y simpáticos, con
ojos blancos como la espuma de las olas. Cuando algún pescador tiene problemas en el mar o
está tan agotado que no puede ya remar y su vida corre peligro, susurra estas palabras para
invocar la ayuda de los ventolines:
Ventolines, ventolines,
ventolines de la mar:
este viejo está cansado
y ya no puede remar.
Aparecen entonces, desde las nubes rojizas de poniente (su supuesto lugar de origen), un
enjambre de pequeñas criaturas que son como diminutos angelitos, con unas alas grandes de
color verdes, que comienzan a soplar con todas sus fuerzas la vela de la barca y acercan así
al pescador en apuros a tierra firme. Se dice que ayudan frecuentemente a los pescadores
viejos a recoger redes.