Hacia el 1100 después de Cristo, los incas, tribus del pueblo quechua, fundaron en Cusco un vasto imperio que, en el siglo XV, comprendía los territorios actuales de Perú, Bolivia, el norte de Chile y Argentina. Poderoso y temible, este imperio fue, sin embargo, destruido en un espacio de tiempo pequeño por los casi 200 conquistadores españoles que desembarcaron, en 1527 bajo el mando de Francisco Pizarro.
Los Incas, adoraban a la Luna (Mama Quilla), al Rayo (lllapa), al Arco Iris (Cuychi), a Venus
(Chasca) y a las estrellas principales, dándoles a cada una de ellas un nombre. Igualmente
adoraban a la Tierra (Pachamama) y al Mar (Mamacocha). En fin, tuvieron muchos dioses
y diosas, pero el Sol fue al que predicaron e impusieron a todos los pueblos, inclusive por
encima del creador Huiracocha, al que los Incas siguieron rindiendo -repetimos- un culto
familiar, privado, secreto y máximo, porque al Sol (Inti) "le pedían", pero a Huiracocha
"le suplicaban".
La mitología Inca estaba formada por una serie de leyendas y mitos, propia, de una religión
politeísta. A sus dioses, el pueblo inca, les rendían cultos y sacrificios, al igual que en
otras mitologías. Algunos nombres de dioses se repetían o eran llamados de igual forma en
distintas provincias del pueblo Inca. Más tarde todos estos dioses se unificaron y formaron
el que se denomina verdadero panteón Inca de divinidades.
Lo aplicado por la cosmogonía inca en el ámbito de las creencias debe ser considerado como
uno de los instrumentos más importantes utilizados en el proceso de la formación de su imperio
a la par de las transformaciones económicas, sociales y de la administración.
Los Incas creían que si el espacio horizontal estaba dividido en dos partes, y cada una de
ellas subdividida en otras dos, el mundo aparecía compuesto por tres planos:
Al igual que los chibchas con Bochica, que los aztecas con Huitzilopchtl, que los quinches con Hun-Apu-Vuch, los quechuas del imperio inca tenían al dios Sol en el primer peldaño del escalafón celeste, con el nombre sagrado e impronunciable de Inti, aunque más tarde fue evolucionando hacia una personalidad más compleja y universal, que terminó por absorber a la divinidad sin nombre de la creación, para dar paso a Uira Cocha, una abreviatura al nombre completo del dios Apu-Kon-Tiki-Uira-Cocha, nombre que, dice la enumeración de sus poderes (supremo ser del agua, la tierra y el fuego) sobre los tres elementos en los que se basó la creación del Universo. Este nuevo y mucho más poderoso dios del Sol no estaba solo en su reino, le acompañaba su esposa y hermana, como corresponde a un Inca, la Luna, en igualdad de rango en la corte celestial, bajo el nombre de Quilla. Al Sol se le representaba con la forma de un elipsoide de oro en el que también podían aparecer los rayos como otro de sus atributos de poder, y la Luna tenía la forma ritual de un disco de plata. El Sol, como creador, era adorado y reverenciado, pero a él también se acudía en busca de su favor y de su ayuda, para resolver los problemas y aliviar las necesidades, ya que solo él podía hacer nacer las cosechas, curar la enfermedad y dar la seguridad que el ser humano anhela. Naturalmente, a la diosa Quilla estaba adscrito el fervor religioso de las mujeres, y ellas eran quienes formaban el núcleo de sus fieles seguidoras, ya que nadie mejor que la diosa Quilla podía comprender sus deseos y temores, y darles el amparo buscado.
En la nueva leyenda de la creación del mundo por Viracocha, posterior al mito primero de la creación del Universo para los incas, y al que sustituye definitivamente, se da al dios todopoderoso la facultad de dirigir la construcción de todo lo visible e invisible. Vircocha comienza su obra en las orillas del lago Titicaca, en Tiahuanaco, tallando en la piedra las figuras de los dos primeros seres humanos, de los primeros hombres y mujeres que van a ser los cimientos de su trabajo. Estas estatuas las va situando en las correspondientes picaronas y, a medida que les da nombre, se animan y toman vida en la oscuridad del mundo primigenio, porque todavía no se ha ocupado el dios de dar la luz a la tierra, solamente iluminada por el resplandor del Titi, un animal salvaje y ardiente que vive en la cima del mundo, seguramente el jaguar que se entremezcla con otros animales en las representaciones totémicas de los incas y de las culturas anteriores. Este mundo de aquí todavía está en tinieblas porque Viracocha posterga toda su labor de erección de un mundo completo, al nacimiento de los seres humanos que van a disfrutar de él. Satisfecho con los humanos, el dios prosiguió su proyecto, ahora poniendo en su lugar al Sol, a la Luna, a las estrellas infinitas, hasta cubrir toda la bóveda celestial con sus luces. Después, Viracocha deja atrás Tihuanaco y se dirige al norte, camino de Cacha, para, desde allí, llamar a su lado a las criaturas que él acaba de dotar con vida propia. Al partir de Tihuanaco, Viracocha había delegado las tareas secundarias de la creación en sus dos ayudantes, Toca pu Uira Cocha e Imaymana Uira Cocha, quienes emprenden inmediatamente las rutas del Este y del Oeste de los Andes, para paso a paso por tan largos caminos dar vida y nombre a todas las plantas y a todos los animales que van haciendo aparecer sobre la faz de la tierra, en una hermosa misión auxiliar y complementaria de la realizada antes por su dios y señor Viracocha, misión que terminan junto a la orilla del mar, para después perderse regiamente en sus aguas, una vez cumplida la tarea ordenada por el dios creador principal del Universo de los incas.
Aparte del gran Viracocha y su corte terrenal de Amauta, o sabios y primeros sacerdotes y administradores, el segundo cordón de clérigos, la nobleza militar y los Ayllus o gremios, regidos hasta en su más mínimo movimiento por la ley del Inca, el pueblo llano tenía su panteón con otros dioses menores, a los que, tal vez, le resultaba más sencillo y cercano dirigirse en busca de favores y soluciones. La estrella rizada de la mañana, acompañaba al Sol, al igual que Illapa, dios del trueno, como la imagen de la estrella de oro, la de la tarde, Chasca, hacía su guardia junto a la Luna, y Chuycú, el bello arco iris estaba por debajo de ambos grandes dioses. Las constelaciones de la copa de la coca (Coa Manca) era una constelación que cuidaba de las hierbas mágicas, como la constelación de la copa de maíz (Sara Manca) lo hacía con los alimentos vegetales, y la del jaguar (Chinchay) se encargaba de los felinos. El Huasicamayo era el dios tutelar del hogar, mientras que el Chajra-Camayoc se esforzaba por evitar que los ladrones entraran en esa misma casa, y los Auquis asumían la vigilancia de cada poblado. Había también un dios de las tormentas y otro dios del granizo; tras Pacha-Mama, la diosa de la Tierra, estaban Apucatequil y Piguero, como dioses tutelares de los gemelos; la serpiente Urcaguay era la divinidad de lo que estaba bajo tierra, mientras que el ávido Supai reinaba en el mundo de los muertos y no cesaba de reclamar más y más víctimas para su causa. También estaba el dios Kon, un hermano de Pachacamac expulsado por éste y que se llevó con él, al ser forzado a irse, la lluvia, y dejó a la franja costera del Perú seca para siempre; otros hermanos, Temenduare y Arikuté, dieron origen al diluvio con sus querellas.
"Significaban para el Estado fuerza de trabajo para la fabricación de textiles, la preparación
de bebidas para los ritos, y para el cumplir con la reciprocidad cuando se necesitaba
de esposas para los señores con quien el soberano deseaba congraciarse".
Las Acllas se recluían entre los 8 a 12 años de edad, desde todo el tahuantinsuyu, eran elegidas
por su belleza y aptitudes; servían como objetos de obsequios (concubinas o esposas) para
curacas o nobles guerreros de acuerdo con el concepto andino de reciprocidad, el
cual servía para que el Inca estableciera lazos de parentesco y comercio con los señores
sometidos. Solo un grupo pequeño de éste grupo eran destinado al culto del Sol, permaneciendo
vírgenes. La mayoría de estas eran hijas de curacas provincianos y cusqueños. Las
elegidas para el culto del sol eran llamadas mamaconas y su misión era la de instruir a
las "novicias", administrar el Acllahuasi y servir de "sacerdotisas" en el culto. Como hacían
voto de eterna castidad fueron llamadas por los españoles "vírgenes del sol", término
que se hizo extensivo, equivocadamente, a todas las acllas.
Las Acllas, al dejar el Ayllu de donde procedían, adquieren un status más elevado que el
común de la gente, debido a que pasaban a servir directamente al inca, y por ende, al Sol.
La mayor parte de las Acllas atendían al Inca y le servían de concubinas en sus viajes.
Personaje semilegendario, era uno de los cuatro hijos del fundador mítico de la tribu incaica,
Viracocha, quien los habría hecho salir de una abertura central o "Abertura Magnífica"
de una colina situada a unos 25 kilómetros al sur de Cuzco, mientras que de las aberturas
laterales saldrían los diez clanes o ayllus originarios.
Los cuatro hermanos, Ayar Manco (Cápac), Ayar Cachi, Ayar Uchu y Ayar Auca, casarían a su
vez con cuatro hermanas, Mama Ocllo, Mama Huaco, Mama Cora y Mama Raua respectivamente, y
serían los responsables de la emigración que, junto a los diez clanes, les llevaría a asentarse
en el Cuzco y fundar varias poblaciones más. La jefatura del grupo la asumiría Manco
Cápac mediante la eliminación de sus hermanos (no por él): parece ser que Ayar Uchu quedó
en el camino para servir al Sol, transformado en piedra, en la montaña de Huanacauri, ídolo
que más tarde será central en los ritos de iniciación de los jóvenes incas nobles; el segundo
hermano, Ayar Cachi, gran manejador de la honda, quedaría transfigurado en valle al
hacer caer montañas con su honda, mientras el tercero, Ayar Auca, debía ser un genio alado
también transformado en piedra y protector de la ciudad del Cuzco, adonde llegaría con Manco
Cápac. A la llegada de éste al Cuzco junto a sus hermanas, parece que el territorio estaba
ocupado por cuatro tribus aymara, los huallas, los alcabizas, los lares y los poques,
que se someterán al poder inca y serán incorporadas como ayllus para asegurar su conquista
y control.