Dijo también a sus discípulos: Había cierto hombre rico, el cual tenía un mayordomo; y éste fue acusado delante de él como derrochador de sus bienes.
2 Su señor le llamó y le dijo: ¿Qué es esto que oigo de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás ser mayordomo.
3 Entonces el mayordomo se dijo a sí mismo: ¿Qué haré? Porque mi señor me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza.
4 ¡Ya sé lo que haré para que cuando sea destituido de la mayordomía, me reciban en sus casas?
5 Entonces llamó a cada uno de los deudores de su señor, y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor?
6 El dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu recibo, siéntate y de inmediato escribe: cincuenta.
7 Después dijo a otro: Y tú, ¿Cuánto debes? y él le dijo: Cien medidas de trigo. El le dijo: Toma tu recibo y escribe: ochenta.
8 Y el señor elogió al mayordomo injusto porque actuó sagazmente, pues los hijos de este mundo son en su generación más sagaces que los hijos de luz.
9 Y yo os digo: Con las riquezas injustas ganaos amigos para que cuando éstas lleguen a faltar, ellos os reciban en las moradas eternas.
10 El que es fiel en lo muy poco también es fiel en lo mucho, y el que en lo muy poco es injusto también es injusto en lo mucho.
11 Así que, si con las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero?
12 Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?
13 Ningún siervo puede servir a dos señores; porque aborrecerá al uno y amará al otro, o se dedicará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.
14 Los fariseos, que eran avaros, oían todas estas cosas y se burlaban de él.
15 Y él les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres. Pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que entre los hombres es sublime, delante de Dios es abominación.
Cualquiera que se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio. Y el que se casa con la divorciada por su marido comete adulterio.
Cierto hombre era rico, se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez.
18 Y cierto pobre, llamado Lázaro, estaba echado a su puerta, lleno de llagas,
19 y deseaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico. Aun los perros venían y le lamían las llagas.
20 Aconteció que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico, y fue sepultado.
21 Y en el Hades, estando en tormentos, alzó sus ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.
22 Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.
23 Y Abraham dijo: Hijo, acuérdate que durante tu vida recibiste tus bienes; y de igual manera Lázaro, males. Pero ahora él es consolado aquí, y tú eres atormentado.
24 Además de todo esto, un gran abismo existe entre nosotros y vosotros, para que los que quieran pasar de aquí a vosotros no puedan, ni de allá puedan cruzar para acá.
25 Y él dijo: Entonces te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre
26 (pues tengo cinco hermanos), de manera que les advierta a ellos, para que no vengan también a este lugar de tormento.
27 Pero Abraham dijo: Tienen a Moisés y a los Profetas. Que les escuchen a ellos.
28 Entonces él dijo: No, padre Abraham. Más bien, si alguno va a ellos de entre los muertos, se arrepentirán.
29 Pero Abraham le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se persuadirán si alguno se levanta de entre los muertos.
Dijo a sus discípulos: Es imposible que no vengan tropiezos; pero, ¡ay de aquel que los ocasione!
31 Mejor le fuera que se le atase una piedra de molino al cuello y que fuese lanzado al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos.
32 Mirad por vosotros mismos: Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale.
33 Si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti diciendo: Me arrepiento, perdónale.
34 ¿Y quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta, al volver éste del campo, le dirá: Pasa, siéntate a la mesa?
35 Más bien, le dirá: Prepara para que yo cene. Cíñete y sírveme hasta que yo haya comido y bebido. Después de eso, come y bebe tú.
36 ¿Da gracias al siervo porque hizo lo que le había sido mandado?
37 Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: Siervos inútiles somos; porque sólo hicimos lo que debíamos hacer.
38 Y cuando los fariseos le preguntaron acerca de cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió diciendo: El reino de Dios no vendrá con advertencia.
39 Como pasó en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre:
40 Ellos comían y bebían; se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos.
41 Asimismo, también será como pasó en los días de Lot: Comían, bebían, compraban, vendían, plantaban y edificaban;
42 pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos.
43 Así será en el día en que se manifieste el Hijo del Hombre.
44 En aquel día, el que esté en la azotea y sus cosas estén en la casa, no desciendapara tomarlas. Asimismo, el que esté en el campo, no vuelva atrás.
45 Acordaos de la mujer de Lot.
46 Cualquiera que procure salvar su vida, la perderá; y cualquiera que la pierda, la conservará.
47 Os digo que en aquella noche estarán dos en una cama; el uno será tomado, y el otro será dejado.
48 Dos mujeres estarán moliendo juntas; la una será tomada, y la otra dejada.
Les refirió también una parábola acerca de la necesidad de orar siempre y no desmayar.
50 Les dijo: En cierta ciudad había un juez que ni temía a Dios ni respetaba al hombre.
51 Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él diciendo: Hazme justicia contra mi adversario.
52 Él no quiso por algún tiempo, pero después se dijo a sí mismo: Aunque ni temo a Dios ni respeto al hombre,
53 le haré justicia a esta viuda, porque no me deja de molestar; para que no venga continuamente a cansarme.
54 Entonces dijo el Señor: Oíd lo que dice el juez injusto.
55 ¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos que claman a él de día y de noche? ¿Les hará esperar?
56 Os digo que los defenderá pronto. Sin embargo, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿Hallará fe en la tierra?
57 Dijo también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como que eran justos y menospreciaban a los demás:
58 Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; y el otro, publicano.
59 El fariseo, de pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias que no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano.
60 Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que poseo.
61 Pero el publicano, de pie a cierta distancia, no quería ni alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, que soy pecador.
62 Os digo que éste descendió a casa justificado en lugar del primero. Porque cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
Prosiguiendo ellos su camino, él entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa.
64 Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual se sentó a los pies del Señor y escuchaba su palabra.
65 Pero Marta estaba preocupada con muchos quehaceres, y acercándose dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado servir sola? Dile, pues, que me ayude.
66 Pero respondiendo el Señor le dijo: Marta, Marta, te afanas y te preocupas por muchas cosas.
67 Pero una sola cosa es necesaria. Pues María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.