APOLO  Y  DAFNE



Apolo, después de Zeus y junto con Atenea, era el dios griego más importante. Su relevancia fue incuestionable estando presente, desde los oráculos de Delfos, hasta la simbología del dios sol. Es además, el dios de la música.

Además, Apolo era un gran cazador. Una vez quiso matar a la temible serpiente Pitón que se escond&icute;a en el monte Párnaso. Habiéndola herido con sus flechas, la siguió, moribunda, en su huída hacia el templo de Delfos. Allí acabó con ella mediante varios disparos de sus flechas. Delfos era un lugar sagrado donde se pronunciaban los oráculos de la Madre Tierra. Hasta los dioses consultaban el oráculo y se sintieron ofendidos de que allí se hubiera cometido un asesinato. Querían que Apolo reparase de algún modo lo que había hecho, pero Apolo reclamó Delfos para sí. Se apoderó del oráculo y fundó unos juegos anuales que debían celebrarse en un gran anfiteatro, en la colina que había junto al templo.

Orgulloso Apolo de la victoria conseguida sobre la serpiente Pitón, se atrevió a burlarse del dios Eros por llevar arco y flechas siendo tan niño:

-¿Qué haces, joven afeminado -le dijo- con esas armas? Sólo mis hombros son dignos de llevarlas. Acabo de matar a la serpiente Pitón, cuyo enorme cuerpo cubría muchas yugadas de tierra. Confórmate con que tus flechas hieran a gente enamoradiza y no quieras competir conmigo.

Irritado, Eros se vengó disparándole una flecha de oro, que le hizo enamorarse de la ninfa Dafne locamente, mientras a esta le disparó otra flecha, esta de plomo, que le hizo odiar el amor y especialmente el de Apolo. Dafne era una ninfa cazadora consagrada a Ártemis, y por lo tanto, rechazaba cualquier tipo de amor masculino, y, por supuesto, no quería casarse.

El enamorado Apolo persiguió locamente a Dafne. Mientras, ella huía de él. Pero, poco a poco, Apolo fue reduciendo distancias y cuando iba a darle alcance, y se encontraba ya cansada, Dafne pidió ayuda a su padre, el róo Peneo de Tesalia:

- ¡Padre mío! si es verdad que tus aguas tienen el privilegio de la divinidad, ven en mi auxilio..., o tú, tierra ¡trágame!... porque ya no veo cuán funesta es mi hermosura...

Apenas había concluido la súplica, cuando todos los miembros se le entorpecen: sus entrañas se cubren de una tierna corteza, los cabellos se convierten en hojas, los brazos en ramas,los pies, que eran antes tan ligeros, se transforman en retorcidas raíces, ocupa finalmente el rostro la altura y sólo queda en ella la belleza. Este nuevo árbol es, no obstante, el objeto del amor de Apolo, y puesta su mano derecha en el tronco, advierte que aún palpita el corazón de su amada dentro de la nueva corteza, y abrazando las ramas como miembros de su cariño, besa aquél árbol que parece rechazar sus besos. Por último le dice:

- Pues veo que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás un árbol consagrado a mi deidad. Mis cabellos, mi lira y aljaba se adornarán de laureles. Tú ceñirás las sienes de los alegres capitanes cuando el alborozo publique su triunfo y suban al capitolio con los despojos que hayan ganado a sus enemigos. Serás fidelísima guardia de las puertas de los emperadores, cubriendo con tus ramas la encina que está en medio, y así como mis cabellos se conservan en su estado juvenil, tus hojas permanecerán siempre verdes.

Como consecuencia de este lance, el laurel es la planta dedicada a Apolo, en recuerdo de su amor por Dafne, una corona de laurel era el premio que recibían los ganadores del concurso Pítico.





Tiépolo: Apolo persiguiendo a Dafne.



(*) Bibliografía:
Ovidio. Metamorfosis. Libro Primero IV.









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