VERS. 12: Y el cuarto ángel tocó la trompeta, y fué herida la tercera parte del sol, y la
tercera parte de la luna, y la tercera parte de las estrellas; de tal manera que se oscureció
la tercera parte de ellos, y no alumbraba la tercera parte del día, y lo mismo de la
noche.
La cuarta trompeta.- Entendemos que esta trompeta simboliza la carrera de Odoacro, el primer
bárbaro que gobernó a Italia y que estuvo estrechamente relacionado con la caída de la Roma
Occidental. Los símbolos del sol, la luna y las estrellas, pues se usan indudablemente como
símbolos, denotan evidentemente las grandes luminarias del gobierno romano: sus emperadores,
senadores y cónsules. El último emperador de la Roma Occidental fue Rómulo, al que se
le llamó Augustulo, o sea el "diminuto" Augusto. La Roma Occidental cayó en el año 476. Sin
embargo, aunque se apagó el sol romano, sus luminarias subordinadas brillaban débilmente
mientras subsistían el senado y los cónsules. Pero después de muchos reveses civiles y cambios
de fortuna política, por fin quedó subvertida toda la forma del antiguo gobierno, y
Roma misma, que fuera antes emperatriz del mundo, se vio reducida a la condición de un
pobre ducado tributario de Ravena.
La extinción del Imperio Occidental queda así registrada por Gibbon:
"El infortunado Augustulo fue hecho instrumento de su propia desgracia: presentó su renuncia
al senado; y aquella asamblea, en su último acto de obediencia a un príncipe romano,
afectó todavía el espíritu de libertad y las formas de la constitución. Por decreto unánime
dirigió una epístola al emperador Zenón, yerno y sucesor de León, recién repuesto en el
trono bizantino, después de una corta rebelión. Solemnemente negaron [los senadores] la
necesidad, o aun el deseo de continuar por más tiempo la sucesión imperial en Italia; puesto
que en su opinión la majestad de un solo monarca bastaba para dominar y proteger tanto
el Oriente como el Occidente. En su propio nombre y en el del pueblo, consintieron en que
la sede del imperio universal fuese trasladada de Roma a Constantinopla; y renunciaron vilmente
al derecho de elegir a su señor, el único vestigio que les quedaba todavía de la
autoridad que había dado leyes al mundo".
Alejandro Keith comenta la caída de Roma en las siguientes palabras:
"Se extinguió el poder y la gloria de Roma como dominadora de otra nación cualquiera. A la
reina de las naciones sólo le quedaba su nombre. Desapareció de la ciudad imperial toda
insignia de la realeza. La que había gobernado a las naciones se sentaba en el polvo, como
una segunda Babilonia, y no había trono donde habían reinado los Césares. El último acto de
obediencia a un príncipe romano que ejecutó aquella asamblea una vez augusta, fue la aceptación
de la renuncia del último emperador del Occidente, y la abolición de la sucesión
imperial en Italia. El sol de Roma había sido herido…"
"Un nuevo conquistador de Italia, el ostrogodo Teodorico, se levantó prestamente, asumió
nescrupulosamente la purpura y reinó por derecho de conquista. La realeza de Teodorico fue
proclamada por los godos [5 de marzo de 493], con el consentimiento tardío, adverso y ambiguo
del emperador del Oriente. El poder imperial romano, del que habían sido la sede Roma o
Constantinopla, conjuntamente o por separado, en el Occidente o el Oriente, ya no fue reconocido
en Italia, y la tercera parte del sol fue herida hasta el punto que no emitía ya
los rayos más débiles. El poder de los Césares ya no fue conocido en Italia; y un rey godo
reinó sobre Roma".
"Pero aunque fue herida la tercera parte del sol, y el poder de la Roma imperial cesó en la
ciudad de los Césares" siguieron brillando la luna y las estrellas por un tiempito más en
el hemisferio [imperio] occidental, aun en medio de las tinieblas godas. El consulado y el
senado [‘la luna y las estrellas’] no fueron abolidos por Teodorico. ‘Un historiador godo
aplaude el consulado de Teodorico como el apogeo de todo poder y grandeza temporales’; así
como la luna reina de noche después de la puesta del sol. Y en vez de abolir ese cargo,
Teodorico mismo ‘felicita a esos anuales favoritos de la fortuna que, sin los cuidados del
trono, gozaban su esplendor’".
"Pero, el consulado y el senado de Roma llegaron a su fin, aunque no cayeron por manos de
los vándalos ni los godos. La siguiente revolución que sufrió Italia fue su sujeción a
Belisano, el general de Justiniano, emperador del Oriente. No perdonó lo que los bárbaros
habían santificado. La sucesión de los cónsules cesó finalmente en el año trece de Justiniano,
a cuyo temperamento despótico podía agradar la extinción silenciosa de un título que
recordaba a los romanos su antigua libertad". ‘Fue herida la tercera parte del sol, y la
tercera parte de la luna, y la tercera parte de las estrellas’…. En el firmamento político
del mundo antiguo, mientras subsistía el reinado de la Roma imperial, el cargo de emperador
el consulado y el senado brillaban como el sol, la luna y las estrellas. La historia de su
decadencia y caída llega hasta cuando los dos primeros se han apagado con referencia a Roma
e Italia, que durante tanto tiempo habían sido la primera de las ciudades y el primero de
los países; y finalmente, cuando termina la cuarta trompeta, vemos la ‘extinción de aquella
ilustre asamblea’, el senado romano. La ciudad que había regido el mundo fue como una burla
dirigida a la grandeza humana, conquistada por el eunuco Narses, sucesor de Belisario.
Derrotó a los godos ], logró ‘la conquista de Roma’, y quedó sellada la suerte del
senado".
E. B. Elliott habla como sigue del cumplimiento de esta parte de la profecía en la extinción
del Imperio Occidental:
"Así se fue preparando la catástrofe final, por la cual habían de extinguirse los emperadores
occidentales y su imperio. Hacía mucho que se había ausentado la gloria de Roma; una
tras otra sus provincias le habían sido arrancadas; el territorio que todavía le quedaba se
había vuelto desierto; y sus posesiones marítimas, sus flotas y su comercio habían sido aniquilados.
Poco le quedaba fuera de los vanos títulos e insignias de la soberanía. Y ahora
había llegado el momento en que estas cosas también le iban a ser quitadas. Apenas veinte
años después de Atila, y muchos menos después de la muerte de Genserico [quien había visitado
y saqueado antes de su muerte la ciudad eterna en una de sus expediciones de merodeo
marítimo, y había preparado así aun más cabalmente la consumación venidera], más o menos
entonces, digo, Odoacro, jefe de los hérulos, resto bárbaro de la hueste de Atila dejado en
las fronteras alpinas de Italia, se interpuso con su orden de que el nombre y el cargo de
emperador romano del Occidente fuesen abolidos. Abdicó el último fantasma de un emperador,
aquel cuyo nombre, Pómulo Augústulo, se presta singularmente para que una mente reflexiva
contrastara las glorias pasadas de Roma y su actual degradación: el senado remitió las
insignias imperiales a Constantinopla, y declaró al emperador del Oriente que un monarca
bastaba para todo el imperio. Así se eclipsó la tercera parte del sol imperial, la que
pertenecía al Imperio Occidental, y ya no resplandeció más. Digo ese tercio de su orbe que
pertenecía al imperio occidental; porque la fracción apocalíptica es literalmente exacta. En
el último arreglo entre las dos cortes, todo el tercio ilírico había sido transferido a la
división oriental. De modo que en el Occidente se había producido ‘la extinción del imperio’,
había caído la noche.
"No obstante esto, debe recordarse que la autoridad del nombre romano no había cesado completamente.
El senado de Roma continuaba reuniéndose como de costumbre. Los cónsules eran
nombrados anualmente, uno por el emperador oriental y otro por Italia y Roma. Odoacro mismo
gobernó a Italia bajo un título [el de patricio] que le confirió el emperador oriental. En
cuanto se refería a las provincias occidentales más lejanas, o por lo menos a considerables
regiones de ellas, el vínculo que las unía con el Imperio Romano no se cortó completamente.
Había todavía cierto reconocimiento, aunque débil, de la suprema autoridad imperial. La
luna y las estrellas parecían reflejar todavía en el Occidente una luz débil. Pero, con el
transcurso de los acontecimientos que se sucedieron unos a otros rápidamente durante el
siguiente medio siglo, ellas también se extinguieron. Teodorico el ostrogodo, después de
destruir a los hérulos y su reino en Roma y Ravena, reinó en Italia del 403 al 526 como soberano
independiente; y después de conquistar Belisario y Narses a Italia, cuando vencieron a
los ostrogodos [conquista precedida de guerras y asolamientos que dejaron casi desierto al
país y sobre todo su ciudad de las siete colinas], el senado romano fue disuelto y abrogado
el consulado. Además, en lo que se refiere a los príncipes bárbaros de las provincias occidentales,
su independencia del poder imperial se fue afirmando y comprendiendo más distintamente.
Después de un siglo y medio de calamidades casi sin parangón en la historia de las
naciones, como lo indica correctamente el Dr. Robertson, la declaración de Jerónimo, casi
calcada de la figura del pasaje apocalíptico pero pronunciada prematuramente cuando Alarico
tomó Roma por primera vez, podría considerarse finalmente como cumplida:
‘Claríssimum terrarum lumen ex tinctum est’, [El glorioso sol del mundo se ha extinguido];
o como lo ha expresado el poeta moderno, siempre bajo la influencia de las imágenes apocalípticas:
‘Estrella por estrella, vio expirar sus glorias’, hasta que no quedó siquiera una
sola estrella que titilase en la noche obscura y vacía".
Fueron verdaderamente horrendos los estragos que realizaron esas hordas bárbaras bajo sus
audaces pero crueles y desenfrenados caudillos. Sin embargo, las calamidades que sufrió el
imperio bajo las primeras incursiones de esos bárbaros fueron cosa ligera en comparación
con las calamidades que iban a seguir. No eran sino las gotas preliminares de una lluvia
torrencial que iba a caer pronto sobre el mundo romano. Las tres trompetas que quedaban
llegaban cubiertas por una nube de desgracia, según se indica en los versículos que siguen.
VERS. 13: Y miré, y oí un ángel volar por medio del ciclo, diciendo en alta voz: ¡Ay! ¡ay!
¡ay! de los que moran en la tierra, por razón de las otras voces de trompeta de los tres
ángeles que han de tocar.
Este ángel no pertenece a la serie de los siete que tienen trompetas, sino que es simplemente
otro mensajero celestial encargado de proclamar que las tres trompetas restantes
anuncian acontecimientos más terribles que han de producirse mientras toquen. De manera que
la siguiente trompeta, o quinta, es el primer ay; la sexta el segundo ay; la séptima, última
de las trompetas, es el tercer ay.