VERS. 8, 9: Y el segundo ángel tocó la trompeta, y como un grande monte ardiendo con fuego
fue lanzado en la mar; y la tercera parte de la mar se tornó en sangre. Y murió la tercera
parte de las criaturas que estaban en la mar, las cuales tenían vida; y la tercera parte de
los navios pereció.
La segunda trompeta.- El Imperio Romano, después de Constantino el Grande, se dividió en
tres partes. De ahí que la frecuente mención de "la tercera parte de los hombres" sea una
alusión a la tercera parte del imperio que sufría el azote. Esta división del Imperio Romano
fue realizada al morir Constantino por sus tres hijos: Constancio, Constantino II y
Constante. Constancio poseyó el Oriente y fijó su residencia en Constantinopla, la metrópoli
del imperio. Constantino II obtuvo Gran Bretaña, las Gaitas y España. Constante reinaba
sobre Iliria, África e Italia.
El sonido de la segunda trompeta se refiere evidentemente a la invasión y conquista de
África, y más tarde Italia, por Gaiserico (Genserico), rey de los vándalos. Sus conquistas
fueron mayormente navales, y sus triunfos fueron "como un grande monte ardiendo con fuego…
lanzado en la mar". ¿Qué figura podría ilustrar mejor o siquiera tan bien la colisión de
las flotas o la destrucción general de la guerra en las costas marítimas? Al explicar
esta trompeta, necesitamos buscar acontecimientos que influyan particularmente en el
mundo comercial. El símbolo usado nos induce naturalmente a buscar agitación y conmoción.
Nada que no sea una fiera guerra marítima puede cumplir la predicción. Si el sonido de las
primeras cuatro trompetas se refiere a cuatro acontecimientos notables que contribuyeron a
la caída del Imperio Romano, y la primera trompeta predecía los estragos hechos por los godos
bajo Alarico, al estudiar la segunda trompeta buscaremos el siguiente acto de invasión
que sacudió el poder romano y preparó su caída. Esta siguiente gran invasión fue la de
Genserico a la cabeza de los vándalos. Su carrera llegó a su apogeo entre los años 428-468
Este gran jefe vándalo estableció su cuartel general en África. Pero como dice Gibbon, "el
descubrimiento y la conquista de las naciones negras (en África) que pudiesen morar en la
zona tórrida, no había de tentar la ambición racional de Genserico; así que dirigió las
miradas hacia el mar; resolvió crear una fuerza naval, y ejecutó su audaz resolución con
perseverancia activa y constante". 5 Desde el puerto de Cartago salió repetidas veces como
pirata, para arrebatar presas al comercio romano y hacer la guerra al imperio. Para hacer
frente a ese monarca del mar, el emperador Mayoriano, hizo extensos preparativos navales.
"Se talaron los bosques de los Apeninos; se restauraron los arsenales y las fábricas de
Ravena y Misena; Italia y la Galia rivalizaron en hacer contribuciones generosas al erario
público, y la marina imperial de trescientas galeras grandes, con una adecuada proporción
de transportes y navios menores, se reunió en el seguro y espacioso puerto de Cartagena en
España. Pero Genscrico se salvó de una ruina inminente e inevitable por la traición de
algunos subditos poderosos, que envidiaban o temían el éxito de su señor. Guiado por su
comunicación secreta, sorprendió la flota sin custodia en la bahía de Cartagena; muchos de
los barcos fueron hundidos, capturados o quemados; y los preparativos de tres años fueron
destruidos en un solo día… "El reino de Italia, nombre al que se había reducido gradualmente
el Imperio Occidental, fue afligido, durante el gobierno de Ricimero, por las depredaciones
incesantes de los piratas vándalos. En la primavera de cada año, equipaban una
flota formidable en el puerto de Cartago; y Genserico mismo, aunque ya viejo, comandaba
todavía en persona las expediciones más importantes…
"Los vándalos visitaron repetidas veces las costas de España, Liguria, Toscana, Campania,
Lucania, Brutio, Apulia, Calabria, Venecia, Palmacla, Jepiro, Grecia y Sicilia…
"La celeridad de sus movimientos les permitía amenazar y atacar los objetivos más lejanos
que atrajesen sus deseos; y como siempre embarcaban un número suficiente de caballos, podían
recorrer, apenas desembarcaran, la desalentada región con un cuerpo de caballería
ligera".
Una última y desesperada tentativa de despojar a Genserico de la soberanía del mar fue
hecha en 468 por León I, emperador del Oriente. Gibbon lo atestigua así: "El gasto total de
la campaña africana, cualesquiera que fueran los medios de sufragarla, ascendió a la suma
de 130.000 libras de oro, unos 5.200.000 libras esterlinas… La flota que salió de Constantinopla
para Cartago consistía en 1.113 barcos, y el numero de los soldados y los marineros
excedía de los 100.000 hombres… El ejército de Heraclio y la flota de Marcelino y
unieron o secundaron al lugarteniente imperial… El viento favoreció los designios de
Genserico. Hizo tripular sus mayores barcos de guerra por los más valientes de los moros y
vándalos, y arrastraron tras sí muchas barcazas llenas de material combustible. En la obscuridad
de la noche, estos navios destructores fueron impelidos contra la flota de los
romanos, que no estaban en guardia ni sospechaban nada, pero se dieron cuenta al instante
del peligro. Su orden cerrado facilitó el progreso del fuego, que se comunicaba con violencia
rápida e irresistible; y el ruido del viento, el crepitar de las llamas, los gritos
disonantes de los soldados y marineros, que no podían ni ordenar ni obedecer, acrecentaban
el horror del tumulto nocturno. Mientras trabajaban para desenredarse de los brulotes y
salvar por lo menos parte de la flota, las galeras de Genserico los atacaron con valor
templado y disciplinado; y muchos de los romanos que escaparon a la furia de las llamas,
fueron muertos o capturados por los vándalos victoriosos… Después del fracaso de esa gran
expedición, Genserico volvió a ser el tirano del mar; las costas de Italia, Grecia y Asia
volvieron a estar expuestas a su venganza y avaricia; Trípoli y Cerdeña volvieron a obedecerle;
añadió Sicilia al número de sus provincias; y antes de morir, en la plenitud de sus
años y de la gloria, contempló la extinción final del imperio de Occidente".
Acerca de la parte importante que este audaz corsario desempeñó en la caída de Roma, Gibbon
usa este lenguaje: "Genserico, un nombre que, en la destrucción del Imperio Romano, mereció
igual jerarquía que los nombres de Alarico y Atila".