VERS. 1: Y cuando él abrió el séptimo sello, fue hecho silencio en el cielo casi por media
hora.
Silencio en el cielo. El sexto sello no nos lleva hasta la segunda venida de Cristo, aunque
abarca acontecimientos estrechamente relacionados con esa venida. Introduce las espantosas
conmociones de los elementos, en las cuales se apartan los cielos como un libro que se
arrolla, se desgarra la superficie de la tierra, y los impíos confiesan que ha llegado el
gran día de la ira de Dios. Se hallan indudablemente a la expectativa de ver al Rey aparcer
en gloria. Pero el sello no llega hasta ese acontecimiento. La aparición personal de
Cristo debe, por lo tanto, ocurrir durante el siguiente sello.
Cuando aparece el Señor, viene con todos los santos ángeles. (Mateo 25:31.) Cuando todos
los tañedores de arpa celestiales abandonan los atrios de Dios para venir a esta tierra con
su divino Señor mientras desciende a buscar los frutos de su obra redentora, ¿no habrá silencio
en el cielo? Este período de silencio, si lo consideramos como tiempo profetice,
durará más o menos siete días.
VERS. 2: Y vi los siete ángeles que estaban delante de Dios: y les fueron dadas siete trompetas.
Este versículo introduce una nueva y distinta serie de eventos. En los sellos tenemos la
historia de la iglesia durante lo que llamamos la era cristiana. En las siete trompetas que
se introducen ahora tenemos los principales acontecimientos políticos y bélicos que se producen
durante el mismo tiempo.
VERS. 3-5: Y otro ángel vino, y se paró delante del altar, teniendo un incensario de oro; y
le fue dado mucho incienso para que lo añadiese a las oraciones de todos los santos sobre
el altar de oro que estaba delante del trono. Y el humo del incienso subió de la mano del
ángel delante de Dios, con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el incensario, y lo
llenó del fuego del altar, y echólo en la tierra; y fueron hechos truenos y voces y relámpagos
y terremotos.
Después de introducir a los siete ángeles sobre el escenario en el versículo 2, Juan llama
por un momento nuestra atención a una escena completamente diferente. El ángel que se acerca
al altar no es uno de los siete que reciben las trompetas. El altar es el del incienso,
que en el santuario terrenal se encontraba en el primer departamento. Encontramos, pues,
aquí otra prueba de que hay en el cielo un santuario con sus correspondientes enseres para
el servicio. Era el original del que el terrenal era una figura; y las visiones de Juan nos
llevan al interior de ese santuario celestial. Vemos realizarse en él un ministerio en
favor de todos los santos. Indudablemente se nos presenta aquí toda la obra de mediación
que se lleva a cabo en favor del pueblo de Dios durante la era evangélica. Esto se desprende
del hecho de que el ángel ofrece su incienso con las oraciones de todos los santos. El
acto del ángel al llenar de fuego su incensario y arrojarlo a la tierra evidencia que esta
visión nos lleva al fin del tiempo, y por este acto indica que su obra ha terminado. Ya no
se han de ofrecer más oraciones mezcladas con incienso. Este acto simbólico puede aplicarse
tan sólo al momento en que termine para siempre en el santuario el ministerio de Cristo en
favor de la humanidad. Después de aquel acto del ángel, hay voces, truenos, relámpagos, y
terremotos; exactamente lo que según se nos dice en otra parte ha de suceder cuando termine
el tiempo de gracia de los hombres. (Véase Apocalipsis 11:19; 16:17, i8.)
Pero ¿por qué se insertan estos versículos aquí? Constituyen un mensaje de esperanza y consuelo
para la iglesia. Han sido introducidos los siete ángeles con sus trompetas bélicas;
se van a producir escenas terribles cuando toquen esas trompetas; pero antes que empiecen a
tocar, se le hace ver al pueblo de Dios la obra de mediación que en su favor se realiza en
el cielo, y se le induce a contemplar lo que será la fuente de su fortaleza y ayuda durante
ese tiempo. Aunque sea arrojado a las tumultuosas olas de la guerra y contienda, debe recordar
que su gran Sumo Sacerdote sigue ministrando por él en el santuario celestial. Hacia
ese lugar sagrado podrá dirigir sus oraciones con la seguridad de que serán ofrecidas con
incienso a su Padre celestial. Así podrá obtener fuerza y sustento en toda su tribulación.
VERS. 6: Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas, se aparejaron para tocar.
Las siete trompetas.- Se reanuda la consideración de las siete trompetas, que ocuparán el
resto de este capítulo y todo el 9. El símbolo de las trompetas tocadas por los siete ángeles
complementa lo que anunciaba la profecía de Daniel 2 y 7 para después de la división
del viejo Imperio Romano en diez reinos. En las primeras cuatro trompetas, tenemos una
descripción de los sucesos especiales que señalaron la caída de Roma.
VERS. 7: Y el primer ángel tocó la trompeta, y fue hecho granizo y fuego, mezclado con
sangre, y fueron arrojados a la tierra; y la tercera parte de los árboles fue quemada, y
quemóse toda la hierba verde.
Alejandro Keith ha observado apropiadamente lo siguiente:
"Nadie podría elucidar más claramente los textos, o exponerlos más completamente, de lo que
ha realizado esta tarea el historiador Gibbon. Los capítulos del filósofo escéptico que
tratan directamente el asunto, necesitan solamente que se los haga preceder por un texto y
se borren algunas palabras profanas, para formar una serie de exposiciones de los capítulos
8 y 9 del Apocalipsis de Jesucristo."
1 "Poco o nada le queda que hacer al que profesa interpretarlos, sino señalar las páginas
de Gibbon".
2 El primer castigo grave que cayó sobre la Roma Occidental en su derrumbamiento, fue la
guerra con los godos mandados por Alarico, que preparó el camino para otras incursiones. La
muerte del emperador romano Teodosio ocurrió en enero de 395, y antes del fin del invierno
los godos dirigidos por Alarico guerreaban contra el imperio.
La primera invasión que dirigió Alarico asoló el Imperio Oriental. Tomó él las ciudades
famosas y esclavizó a muchos de sus habitantes. Conquistó las regiones de Tracia, Macedonia,
el Ática y el Peloponeso, pero no llegó a la ciudad de Roma. Más tarde, el jefe godo cruzó
los Alpes y los Apeninos y se presentó ante los muros de la Ciudad Eterna, que cayó presa
de los bárbaros en 410.
"Granizo y fuego, mezclado con sangre" fueron arrojados sobre la tierra. Los terribles
efectos de la invasión goda nos son representados como "granizo," por el origen septentrional
de los invasores; como "fuego" por la destrucción de ciudades y campos por las llamas;
y "sangre" por la terrible matanza de los ciudadanos del imperio que realizaron aquellos
audaces e intrépidos guerreros.
La primera trompeta.- El toque de la primera trompeta se sitúa hacia fines del cuarto siglo
en adelante, y se refiere a las asoladoras invasiones que los godos hicieron sufrir al
Imperio Romano.
Después de citar extensamente la obra de Eduardo Gibbon, "History of the Decline and Fall
of the Roman Empire" (Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano), caps. 30-33,
relativos a las conquistas de los godos. Alejandro Keith presenta un admirable resumen de
las palabras del historiador que recalcan el cumplimiento de la profecía:
"Los largos extractos demuestran claramente cuan bien y con cuánta amplitud Gibbon expuso
este texto en la historia de la primera trompeta, la primera tempestad que azotó la tierra
romana, y la primera caída de Roma. Usando sus palabras como un comentario más directo,
leemos así la suma de lo dicho: La nación goda estuvo en armas cuando se oyó el primer sonido
de la trompeta, y a pesar de la insólita severidad del invierno, hicieron rodar sus
pesados carros sobre el ancho y helado lomo del río. Los fértiles campos de Focia y Beocia
quedaron cubiertos por un diluvio de bárbaros; los hombres fueron muertos y las mujeres y
los ganados arreados. Las profundas y sangrientas huellas de los godos podían discernirse
fácilmente después de varios años. Todo el territorio del Ática fue devastado por la funesta
presencia de Alarico. Los más afortunados de los habitantes de Corinto, Argos, y Esparta
se salvaron de la muerte pero contemplaron la conflagración de sus ciudades. Durante una
estación de tañe calor que se secaron los lechos de los ríos, Alarico invadió el dominio
del Occidente. Un aislado "anciano de Verona" (el poeta Claudiano) lamentó patéticamente la
suerte de los árboles de su tiempo, que hubieron de arder en la conflagración de todo el
país [nótense las palabras de la profecía: "La tercera parte de los árboles fue quemada"];
y el emperador de los romanos huyó ante el rey de los godos.
"Se levantó una furiosa tempestad entre las naciones de Germania, desde cuyo extremo
septentrional los bárbaros marcharon casi hasta las puertas de Roma. Lograron destruir el
Occidente. La sombría nube que se había formado a lo largo de las costas del Báltico, estalló
con acompañamiento de truenos sobre las márgenes del Danubio superior. Las praderas de
las Galias, donde pastaban rebaños y manadas, y las orillas del Rin que estaban cubiertas
de casas elegantes y predios bien cultivados, formaban un panorama de paz y abundancia, que
se transformó repentinamente en un desierto, distinguido de la soledad de la naturaleza tan
sólo por ruinas humeantes. Muchas ciudades fueron cruelmente oprimidas o destruidas. Muchos
millares fueron inhumanamente muertos. Las llamas consumidoras de la guerra se extendieron
sobre al mayor parte de las diecisiete provincias de Galia.
"Luego Alarico extendió sus estragos a Italia. Durante cuatro años los godos saquearon y
reinaron sin control. Y durante el saqueo e incendio de Roma, las calles de la ciudad se
llenaron de cadáveres; las llamas consumieron muchos edificios públicos y particulares; y
las ruinas de un palacio subsistían aún un siglo y medio más tarde como grandioso monumento
de la conflagración goda".
Después de este resumen, Keith completa el cuadro diciendo:
"La frase final del capítulo 33 de la historia de Gibbon es por sí misma un comentario claro
y abarcante; porque al clausurar su propia descripción de este período breve pero desbordante
de acontecimientos, concentró en declaraciones paralelas la suma de la historia y
la substancia de la predicción. Pero las palabras que preceden a dichas declaraciones no
carecen de significado: "La devoción pública de aquella época tenía impaciencia por exaltar
los santos y mártires de la Iglesia Católica a los altares de Diana y Hércules. La unión
del Imperio Romano quedó disuelta; su genio humillado en el polvo; y ejércitos de bárbaros
desconocidos salidos de las regiones heladas del norte, establecieron su reinado victorioso
sobre las provincias mas hermosas de Europa y de África".
"La última palabra, África, es la señal para que suene la segunda trompeta. El escenario se
traslada de las orillas del Báltico a la costa meridional del Mediterráneo, o de las regiones
heladas del norte a las playas ardientes del África. Y en vez de ser arrojada una tempestad
de granizo sobre la tierra, un monte "ardiendo con fuego" fue lanzado al mar".